De repente se rompió el jarrón sobre el que tan encarecidamente nuestra madre nos había prevenido( su cuidado). Fue el preludio de todo lo aconteció después en nuestra casa. En adelante- tras hacer añicos el jarrón- vino otra época,otra etapa. Hoy ni siquiera podemos decir que estemos todos vivos.
Aquéllo, lo tildo como un proceso en cadena. De repente- también- dejamos de ser niños. Justo cuando nos dejó de llamar la atención ir por la casa rompiendo cosas.
Aquel jarrón vacío contra el suelo fue el detonante, la espoleta que nos sumió en un mundo adulto. De jugar con todo, pasamos a jugar con nada. El mundo se hizo aburrido. Recuerdo que la noche del jarrón, nos acostó nuestra madre temprano. Era una manera de protegernos frente a la posible iracundia del propietario del jarrón- en gananciales con nuestra madre. Pero vino contento. Nos traía regalos. A nuestro padre lo habían ascendido en el trabajo. De repente- también- empezó a dar igual lo del jarrón. Pero fue sólo apariencia. Un momento de tregua frente a un aciago futuro que se abriría después.
Sólo al pequeño se le ocurrió dar la noticia defunciaria de la figura ornamental. Al principio, visos de ira aparecieron en el rostro de nuestro progenitor. Pero duró poco.
Con el tiempo, un vaso roto en la cocina dejó de ser un drama en aquella casa. Pero, créanme, ya no se volvió a respirar nunca el ambiente, anterior al ascenso, de felicidad.