Llevarla al parque de diversiones no fue fácil. Cada diez metros se soltaba y regresaba a la casa corriendo. Iba por ella solo para terminar repitiendo el mismo proceso.
La agarré de los hombros y con el rostro cansado y sudoroso le dije:
- Así tengamos que repetir la misma rutina 100 veces te voy a llevar a ese jodido parque cueste lo que cueste.
Sofía se resignó. Hacer esto 100 veces no parecía gustarle nada de nada. Suspiró, se rascó la cabeza y me dio la mano.
- Vámonos de una vez.
El parque de diversiones había cambiado, era enorme. No había ido desde que era una niña, mucho antes de que Sofía nazca. Papá me llevaba todos los fines de semana y nos subíamos a todos los juegos dos o tres veces.
Recuerdo que cuando debíamos irnos papá daba un par de palmadas a su bolsillo y decía:
- Se acabó el presupuesto.- acompañaba esa frase con una sonrisa. Sonrisa que pasaba desapercibida por su espesa barba.
Yo asentía pensando en lo mucho que me había divertido y en lo raro que hablaba papá.
¿Presupuesto?
Los economistas deben estar acostumbrados a hablar así.
¿Quién sabe?
Yo no lo sé.
Pasamos por la gran entrada de colores vivos, de los cuales proliferaban el anaranjado y el azul.
La feria se llamaba Funny place. Estaba escrito con letras amarillas, y cada letra estaba llena de focos más amarillos.
La cola no era tan larga. Esto me alivió, detesto esperar. Yo estaba emocionada, triste y preocupad. Estas tres emociones tan opuestas estaban teniendo una guerra dentro de mi cabeza, que me estaba produciendo una migraña.
Sofía seguía teniendo la mirada perdida hacia la nada.
- ¿Tienes dinero para esto?
- No te preocupes que tu hermana mayor se encargará de todo.- le dije con toda la confianza que tenía. Mi batería de la confianza estaba al 20%.
- ¿De dónde sacaste el dinero?
- Mis ahorros. – contesté levantando la cabeza hacia nuevos horizontes.
- Es imposible que tú tengas ahorros.
Tiene razón. Dame 50 soles y regresaré con broches de color rosado, unos pantalones que no usaré y 20 soles en yogurt congelado almacenado en mi estómago.
- Tengo ahorros.
- ¿De veras?
- Si
- ¿De veras? ¿De veras? ¿De veras?
- Está bien, lo confieso. El dinero lo saqué del fondo de emergencias de mamá, ¿Estas contenta?
- No, no estoy contenta. Eso no se hace.- me miraba a los ojos y yo miraba a un tipo devorando chocolates como si fueran caramelos. Quería evitar lo máximo que pudiera a la señorita moralidad.
- Es un fondo de emergencias y esta es una emergencia. Te estoy salvando la vida.
- Cuando mamá se entere…
- No te preocupes. Yo asumiré toda la responsabilidad.
Nos tocaba pagar. Todas las personas no miraban raro; como si nos tratásemos de criaturas de espacio disfrazadas de dos chicas que solo quieren pasar un buen rato.
Sofía dejó los regaños éticos y se dedicó a mirar sus zapatos. Eran rojos con bordes blancos. Parecía la bandera de un país europeo.
Señalé sus zapatos.
- Ahí hay una razón más para seguir viviendo. Si estuvieras muerta ya no podrías seguir usando esos zapatos. Nunca.
Obviamente era una broma. Aun así me respondió.
- Si estuviera muerta sería enterrada con estos zapatos así que los terminaría usando por toda la eternidad.
No me quedaba otra que contestar. Chica lista.
- No creo que sea por toda la eternidad. Una vez leí sobre un proceso natural llamado la biodegradación que consistía en…
Cuando iba a explicar lo poco que entendía de la Wikipedia la cajera nos interrumpió.
- Señoritas, ¿puedo ayudarlas en algo? Están retrasando la fila.
- Si. – respondí yo acercándome a la caja.- quisiera dos entradas por favor.
La cajera también se unió a la campaña de miradas incomodas y extenuantes. Es como si los ojos tuvieran dientes y me estuvieran masticando el alma.
- ¿Lleva algún objeto filoso?
Le mostré el cúter que estaba en mi bolsillo. Por los nervios movía tanto el cúter que parecía estar bailando.
Me entregó una caja rectangular de color rojo. No era necesario que me dijera lo que tenía que hacer.
- Por favor ponga el objeto en el recipiente.
Dije que no era necesario.
Puse el cúter en la caja y ella lo arrastró a su regreso.
- Se le devolverá su objeto cuando salga del parque.- se aclaró la garganta y continuó- y podrá hacer lo que quiera en un baño público o en su propia casa más no en estas instalaciones, ya que se trata de un parque familiar.
- ¿De que está hablando?
Se rascó el cuello.
Recogí mis boletos y salí de la fila.
Por cierto esa cajera tiene cuello de iguana. Escamas, escamas por doquier.
Llevé a Sofía al baño de mujeres más cercano. Estando dentro le dije muy desesperada.
-¿Por qué no me dijiste que aún teníamos las sogas en el cuello?
- No tuve tiempo de decir algo. – Se cubrió la boca con la mano. Podía oír sus risitas. Esto solo me hacía enojar más- Además el mío podía pasar por una bufanda.- quitó la mano de su boca para sonreír diabólicamente- el tuyo no.
- Cállate.
Sofía se acarició el cuello con nostalgia.
Su frazada favorita ya no podía cumplir el rol de una frazada, pero en las manos de algún costurero con talento podría convertirse en una bufanda de verdad.
Hace mucho frio.
Mi cuerpo me lo ha estado diciendo desde que salimos de la casa. Al menos las partes que están descubiertas. Mis brazos temblaban, mi nariz lanzaba algunos disparos de advertencia y mi cabeza se calentaba formando una fiebre.
De la cintura para abajo estoy bien abrigada. Los pantalones de lana son perfectos para el frio. Sin embargo la blusa amarilla manga cero no contribuía en nada.
Sofía llevaba puesto su uniforme deportivo. Un buzo y una casaca morada y un polo con el logo del colegio (un mutante entre un águila y una serpiente).
Ella parecía estar bien.
Mi cuerpo se moría de frio pero mi cuello se moría de calor. La soga estaba demasiado apretada a mi garganta. La jalé
pero se negaba a salir.
Resulta que si soy buena con los nudos.
- Usa el cúter y termina con esta rutina.- me dijo Sofía al verme con la espalda apoyada a la pared jalando la cuerda, como si fuera uno de esos bichos de la película Alíen.
- La cajera me lo decomisó porque creía que me iba a cortar las venas en un baño.- Miré a mi alrededor. No es un mal escenario- precisamente como este.
- Esas cosas deben quedarse para la casa.
Sofía y yo nos reímos a carcajadas. Unas lágrimas de alegría salieron de mis ojos pero no pasaron por mis cachetes.
Sofía me ayudó a desatarme. No dejaba de admirar lo bien amarrada que estaba la soga.
- Hiciste un buen trabajo con estos nudos.
- Lo sé. Me tomó tres horas hacerlo. No tienes idea de la cantidad de tutoriales que te encuentras en YouTube.
Sofía se secó un poco de sudor con la manga de su casaca.
La soga cayó a mi regazo. La tiré a la basura, que estaba llena de bolas de papel higiénico.
La soga resaltaba como una manzana en una caja de clavos.
Yo me lavé la cara y el cuello.
Sofía se lavó las manos con tanto jabón que me daba la ilusión que se estaba haciendo cada vez más blanca.
Limpias y sin ninguna evidencia de nuestro intento de suicidio salimos a divertirnos.
|