Yo sobreviví a mi niñez, de una manera muy peculiar.
Mi vecina Doña Ernesta cada vez que escuchaba que mis padres se peleaban venia y me encontraba debajo de la mesa. Me llevaba de la mano a su casa, y me hacía con devoción una tortilla de arvejas. No de arvejas en latas, porque en esa época no había, sino de arvejas sacadas de a una de su vaina, hervidas, y colocadas con amor en una sartén, con huevos.
Era el más delicioso manjar que llenaba mí estomago y mi alma. Doña Ernesta era mi vecina mas contigua en una caza chorizo del barrio de Villa del Parque.
Mis padres se peleaban mucho. El fue sobreviviente de la segunda guerra mundial y recibía electroshocks, por sentir el, la culpa del sobreviviente. Eso lo supe mucho tiempo después, cuando me dedique a investigar el pasado de mi padre.
De mi infancia, solo quedan retazos, yo fui tildada como la hija del loco del barrio. Ese mote nunca me lo pude sacar. Hasta yo lo pensé mucho tiempo después, hasta que volví a travesar las terapias de resignificacion del pasado, con el instinto de eros y no de tanatos , de que alguna vez no me sintiera perseguida, por mandatos que cumplir, por ser el fruto de unos padres muy castigados por la guerra.
Muchos años después (no frente al pelotón del fusilamiento) sino frente a las verdades de mis amigas confidencias, puedo decir que vi la belleza florecer en los lugares mas insólitos, yo que vine de la mas absoluta indigencia material y moral, he emergido resciliente.
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