Hace demasiado tiempo que me perdí, pero fue lo mejor que pudo sucederme, sin dependencias afectivas, sin un rumbo determinado, sin todo dado por hecho. Este año llegué a mis 30 años y ni siquiera imaginé que llegaría a los 20 años, llegué a los tumbos, entre tristezas y silencios que preservaron mi dignidad humana y mi esencia interior.
No sabré si alguna vez tendré un hijo o una docena de ellos, la vida me atraviesa constantemente y recuerdo mi infancia salvaje y primitiva, el dolor de madre, el desafecto de padre, la ausencia de hermanos y la contención de unos abuelos que hicieron lo mejor que pudieron pero cuando llegué a ellos ya estaba rota en mil pedazos.
Madre está enferma de cáncer, se va a morir pronto, tiene el útero podrido, va desapareciendo poco a poco, va languideciendo como las hojas que marchita el otoño. Ella se va a morir pero en mí se murió el día que me dejó a mi suerte, era en el mes de mayo, el mes que cumplí mis 7 años y pronto vendría, sin piedad, aquel invierno que fue el primero de tantos sin ella.
Ella se está apagando y sin embargo, no me siento feliz por eso, aborrezco la felicidad y persigo la búsqueda de la beatitud; ella se irá con los besos y abrazos que fueron para mí y que sus brazos me negaron, se irá sin explicaciones, se irá con una parte de mi inocencia en ella, se irá para no escuchar su carcajada nunca más ni su voz estridente, se irá algo que nunca fue mío y que paradójicamente fue mi único hogar en el mundo.
No me siento feliz pero hay algo que se va redimiendo en mí, que se sacude con menos intensidad, la vida es complicada y jodida pero es lo más verdadero que he conocido, la vida fue mi primera lección e infortunio.
Su útero se va pudriendo, mi primer refugio se lo extraerán prontamente y el único vínculo invisible que nos conectaba se habrá disuelto. No conservo fotos de mi infancia, se las apropió el tiempo, no conservo prendas ni mantas de apego, y de una instancia a otra habrán exterminado el nido que preservó la semilla de mi existencia, es que siempre he sido una mendiga de afectos, una huérfana de mierda escupida al mundo.
Las personas de mi entorno, mi “familia”, nunca aceptarán la libertad con la que me manejo en la vida, les aborrece, les duele que intente liberarme de las cadenas de la monotonía y la civilización. Ellos no me comprenden y siento que mucho menos me tienen algo de afecto, no los culpo, yo no los necesito para vivir.
Madre se va a morir, madre también está loca pero mis abuelos se compadecen de ella, al fin de cuentas elegirán primero a su hija antes que a su nieta, madre prefirió su libertad que a sus hijos; nunca comprendió que los hijos te brindan alas para volar y migrar junto a ellos. No es la familia que hubiera querido tener pero fue un desafío y un logro sobrevivir en ese entorno, permaneciendo auténtica y conservando mi esencia.
Yo no busco ser perfecta con mantenerme humana me conformo.
Duele y te hacen pagar el precio de ser diferente, de ser genuino, visceral, humilde, primitivo, real, luminoso, creativo… LIBRE.
¡Ojalá alguien pudiera entender!, no les pido afecto ni deseo su làstima, una vez en este lugar alguien se reflejó en el vitriolo de mi alma pero ese precario alguien desapareció para siempre y como si nada, como si la vida transcurriera en la austera frivolidad de los actos cotidianos donde prevalece el desafecto mal llamado “humano”.
A pesar del dolor, el show debe continuar... como así también, la muerte no deja de matar ni la vida deja de engendrar.
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Sofi: Es un escrito nuevo, no lo he repetido, pero siempre se manifiestan los mismos demonios. ¡TE QUIERO! |