Luisa lee la noticia en primera plana y se asombra por lo que descubre. Se desconcierta al conocer que la joven de la noticia estuvo en la reciente fiesta de su hija. La chica llegó sin invitación y su comportamiento parecía de un infante y no de una mujer de más edad. Pasó la noche danzando y persiguiendo los colores proyectados por los reflectores.
Según la prensa, la joven tiene veinte años. Su familia no sabe de ella desde hace cinco días. La madre explica que Amelia está en tratamiento psiquiátrico y que las dos veces que huyó de su casa la habían encontrado en fiestas con luces multicolores. El periódico informa que de niña, Amelia quería ser pintora y en la escuela siempre destacó por tal habilidad. Según el psiquiatra, Amelia procura esos lugares tratando de reencontrarse con su niñez. La noticia añade que la psiquis de la niña quedó marcada cuando descubrió que su padre era un hampón y vio como éste, con una navaja, hirió a una de sus víctimas en el lado inferior del ojo izquierdo.
Luisa queda más impactada al darse cuenta que Amelia era hija de Lino Escalante, el hombre que años atrás la secuestró y le infringió una herida muy pronunciada en el ojo izquierdo, por lo cual debió someterse a varias cirugías estéticas para poder salvar su ojo.
- ¡Qué mundo tan pequeño! – exclama Luisa muy perturbada.
Al día siguiente, Luisa se reúne con el grupo al cual pertenece desde hace varios años dirigido por Don Carlos de la Fuente, eminente filántropo de su país y patrocinador de varias entidades de servicio social afamadas por la labor altruista que prestan a las comunidades indígenas más desprotegidas de su país. Hace el comentario a Don Carlos de la Fuente y al resto del grupo sobre lo sucedido en la fiesta de su hija y la noticia del periódico. Todos prestan atención a lo relatado y cada cual cuenta una historia relacionada con las casualidades de la vida.
Más tarde, todos parten a la comunidad indígena que le toca en turno para ejecutar la labor social encomendada. Al llegar al sitio asignado, Luisa se entera de un incidente ocurrido a uno de los niños de la región quien había sido trasladado al servicio médico más cercano. Luisa se dirige al lugar y cuando llega, observa a un joven que curaba la herida del niño. Se identifica con él y éste responde.
-¡Hola! Mi nombre es Marcelo. Soy el nuevo pasante. El chico está fuera de peligro. No es nada serio. Puede llevarlo a casa.
- Muy agradecida, Marcelo - contesta Luisa.
Cuando Luisa abandona el servicio médico nota que Marcelo también está saliendo y ofrece llevarlo a su destino.
- ¿Sabes, Luisa? Soy hijo de Don Carlos de la Fuente y me encuentro en este sitio por petición de mi padre.
- Muy bueno. Ojalá te conviertas en otro filántropo como él.
Después de comentarle sobre todo el bien que su padre ha hecho por las comunidades indígenas, lo deja en su alojamiento.
Transcurrido dos años de ese encuentro, Don Carlos de la Fuente muere víctima de un secuestro porque él no permitió que su familia pagara el rescate que sus raptores pedían. En el entierro, Luisa observa a muchas personas que lloran la muerte de Don Carlos, ellas cuentan historias similares y aseguran que sus vidas fueron salvadas por la ayuda oportuna de este señor.
Al salir del cementerio, Marcelo alcanza a Luisa y le dice.
- Luisa, deseo hablar contigo por indicación de mi padre.
- Dime, ¿de qué se trata?
Marcelo explica con cierto nerviosismo.
- Carlos de la Fuente, mi padre, es el hombre que te secuestró y te hirió en el ojo izquierdo. También es el padre de Amelia, mi hermana, la chica que estaba en la fiesta de tu hija la noche que se celebraba su cumpleaños.
Luisa, consternada, responde.
- ¿Cómo así? El hombre que me secuestró se llamaba Lino Escalante y murió hace años.
Marcelo sigue.
- ¡No, no es así! Mi padre no pudo vivir más en paz después de las consecuencias que sus acciones dejaron en mi hermana Amelia. Abandonó el hogar y se internó en varias comunidades indígenas. Cambió su nombre y también el rostro con cirugías plásticas para no ser reconocido, construyó todas esas casas para gente necesitada y se dedicó a hacer labor social para pagar, según él, todas las fechorías cometidas. Cuando le dije que te había conocido, me pidió te hablara sobre esto en el momento preciso.
Luisa suspiró hondamente, sintió angustia y un dolor muy profundo que no sabía con precisión de dónde provenía. El rostro lo tenía bañado por la lágrimas y tomó conciencia de que su ojo izquierdo, que desde la herida sufrida bajo el dominio de su secuestrador no producía lágrimas, lloraba como si se hubiese abierto una fuente. Lloró y lloró; y fue tanto lo que lloró que no pudo conducir de vuelta a casa.
Permaneció llorando durante días y finalmente paró de llorar. El psicólogo le dijo que la falta de lágrimas en su ojo izquierdo era manifestación del miedo que sintió durante el ataque del cual nunca se recuperó; y su miedo era tan fuerte que se transformaba en angustia, y ésta se somatizaba en el ojo que estuvo a punto de perder.
El psicólogo explicó a Luisa que así como Amelia buscaba la niñez perdida en las luces de colores porque las asociaba con los lápices con los cuales pintaba, ella dejó de producir lágrimas para encubrir el miedo que sintió cuando casi perdió su ojo izquierdo.
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