Hay bastantes tipos de calvo, así como criterios para su baremación. Asunto nada baladí no obstante no haber sido objeto de los tratadistas. Situación que intentaremos paliar a través de estas las siguientes consideraciones.
El peinado con cortinilla.
Calvo con un objetivo en la vida: no enseñar el cartón aun
a costa de hacer el ridículo más espantoso con tal modalidad de peinado: el de hacerse la raya por encima justo de la oreja.
Admite otra modalidad. Con el mismo objetivo: tapar cartón; pero a través de otro sistema: peinarse hacia atrás los cuatro largos pelos que restan, al fin de cubrir el mayor número de centímetros cuadrados posibles de rala piel. También patético; qué duda cabe.
Los mediocalvos.
Suponen o representan un alto porcentaje o proporción de la población total.
Como su propio nombre indica, el medio calvo es un ser medio acomplejado con un deseo en la vida fundamental: quedarse en medio calvo el mayor tiempo posible sin que la cosa vaya a más.
( Y hasta aquí esta primera parte sobre asuntos capilares, que esperamos merezca su interés)
Llevar rata( peluquín).
La expresión quizá anide en la noche de los tiempos ( en la posible solución que se diera en la noche de los tiempos- me refiero). Que no fue otra, quizá, que la de colocarse una rata chafada para quitarse los brillos craneales fruto de la falta de pilosidad. Ni que decir tiene que lo que en un principio fue una rata, con el paso del tiempo se ha convertido, fruto de los avances de la industria cosmética y el reparto especializado del trabajo, en un remedo que da el pego totalmente como cuero cabelludo- que diría un sioux- auténtico. Incluso existe la modalidad- un tanto frankesteiniana- de abrochárselo con corchetes a la cabeza.
No obstante, como la solución no es definitiva, se ha venido a dar otra solución, también drástica, que no es sino el rapado completo- cuyo pionero, creo recordar, fue el recordado Yul Brynner que exhibía monda y lironda una cabeza en películas americanas como Ramsés, etc.
Y hasta aquí este segundo capítulo sobre la historia del pelo, principalmente, en el varón, despidiéndome atentamente hasta la próxima entrega, etc. etc..
Ya vimos en capítulos anteriores un bosquejo sobre la problemática. Un sector de la realidad que tiene que ver- a nadie se le escapa- con la estética, la aprobación social, el bienestar, y, por último- y esto es lo triste- con la supervivencia.
Por ello hay que advertir que la calvicie es también un sector donde el mercantilismo ha hincado su diente. A efectos de no llevarse a engaño hay que advertir que fundamentalmente hay dos formas esenciales de quedarse calvo: gastándose el dinero o sin gastárselo. Con resultados iguales a este momento de la ciencia y de la técnica. Muchos mejunjes crecepelos han salido al mercado desde la noche de los tiempos. Tantos que hacen pensar que el ser humano es el animal- ante todo- olvidadizo por antonomasia. Hasta tal punto han demostrado aquéllos su falta de eficacia.
En capítulos posteriores haremos referencia a otros hechos conexos, sin olvidar el leitmotiv del asunto que no es otro que el de cubrir un apartado olvidado en la sociología y psicología cotidiana como es el universo del calvo.
Con la pérdida del pelo, la imagen que se proyecta sobre el espejo por la mañana, nos habla de un tipo en quien la redondez de la cabeza por fuera, muy fácilmente se puede colegir su correspondencia interior. Cosa contraria a la ciencia. Pero quién ha dicho que es la ciencia y no la fantasía de las gentes las que mueven el mundo. Según esta segunda teoría: calvo por fuera, calvo por dentro. Por ello, quizá, las gentes de época idearon el sombrero, con el objetivo de escamotear las fantasías del personal en relación con la falta de pilosidad en la cabeza. Un buen sombrero pone un contrapunto misterioso sobre lo que el caballero lleva dentro. Hasta que el viento lo evidencia. El fuerte viento. Entonces más vale cambiarse de lugar o archivar el sombrero y exponerse a la fantasía según la cual tal calabaza no es otra cosa que mejor semeje a un melón sin madurar.
Pérdida y recuperación del pelo.
No es un asunto imposible hoy día. Los tiempos del ciripolen- un afrodisiaco que nos tuvo un verano ocupados en España falsariamente- han pasado. La ciencia te coloca microinjertos de tu propio cabello. Yo, sobre este tema, me rijo por la testa de Berlusconi. Tampoco debe de ser mucho de relumbrón el experimento pues el hombre más rico de Italia exhibe cabellera pero no demasiado poblada. No debe ser el invento definitivo o que al hombre se le ha gastado el numerario y hasta ahí, ha dicho el cirujano.
Sea como fuere, en este aspecto también, la ciencia nos ha puesto sobre la pista de que no existen fronteras. Cualquier día nos sorprenden sobre la posibilidad de hacer un trasplante de cerebro, con pelo incluido. Esto de fagocitar inteligencias se va a convertir en un juego de niños. Tendremos todos pelo y una inteligencia superior. A ver cómo nos reiremos entonces de los tontos. Vislumbro un futuro aburrido. Quizá saludemos como un gran hallazgo el brillo a lo lejos de una cabeza sin pelo, como una esperanza de futuro en el que de nuevo empiece a cotizar el valor de lo auténtico.
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