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En oportunidades el hombre busca identificarse con el contexto que lo contiene, buscando un punto común, permanece en la búsqueda de esa cuota de nobleza que alguna vez nos unió y que se ha perdido en un laberinto de hipnosis colectiva, en la carencia de ideas y en el suicidio de los valores y de los principios. Nos cobija la sombra de un sistema que no deja tiempo para tener tiempo, siendo esta la excusa perfecta para quien no lleva adelante su sueño.

En general el hombre es permisivo en sus actitudes, no así con las ajenas.

Aquel que se esfuerza por recuperar un fragmento de su historia, o por volver sobre sus pasos, buscando dar alguna materia pendiente, es blanco de los engranajes que continúan, implacables, su cíclica marcha y su copiosa labor.

Mientras tanto, el hombre común, gira en círculo por el camino fácil que le trazó una sociedad acomplejada y traicionera. Perdiendo la capacidad para soñar en cada acto, la vida se convierte en una ridícula sucesión de horas.

Las plazas de Buenos Aires se pintan con rostros de niños que tienen tiempo, no conocen la diferencia aún entre ser Grandes y ser adultos, ignoran que la grandeza se pierde con los años. Ignoran que en la pureza de su risa, entre su desordenado cabello, en sus pequeñas voces, vive el ingobernable poder de un milagro.

Duele saber que esa raza de gigantes se convertirá en parte de un entorno mezquino, desconfiado, egoísta y sucio al que nos adaptamos con facilidad y del que nos es imposible escapar.

Buenos Aires 2001.

Sangre, fuego y escombros en tus calles y en tu plaza símbolo, unos ciudadanos vestidos de azul, reprimiendo a otros ciudadanos vestidos de desidia, de tristeza, de dolor. Duele más que nunca ser vos, ser parte tuya, este veinte de diciembre será inolvidable, más golpes en tus mejillas, más injusticia en tus manos, mientras que los años se caen como agua de fuente, tu gente, esa que te ama y te odia consecutivamente, te escupe nuevamente en el rostro.

El horror se agarra a tu bandera, las grandes tiendas son zaqueadas por ladrones, el descontrol halla su punto de encuentro y al grito de “que se vayan todos” mueren treinta y nueve personas a manos de la policía.

Buenos Aires, que le espera a tu calle Corrientes, de cuantas cosas más tendrá que ser testigo víctima tu Plaza de Mayo, cuántos puñales más deberá soportar tu espalda, qué quedará de la Plaza Dorrego, o del Británico, o de la Giralda, cuanto dolor más deberá sentir el alma mía de ver como la cuna de mis pasiones muere a manos de cuatro idiotas.

Muchos hablarán de futuro, muchos hablarán de planes para revertir la situación, pero la impotencia al ver como ultrajan a tu ciudad madre, como la golpean hasta derribarla, permanecerá en la retina como una pesadilla eterna. Treinta y nueve familias no contarán con los planes para mejoras, treinta y nueve de mis hermanos no festejarán nunca más las navidades, ni los años nuevos, ni nada.

Buenos Aires sufre, siempre sufrió, tal vez su belleza tenga que ver con eso, a veces me pregunto si ha valido la pena, y la respuesta es siempre que no.

Buenos Aires 2004.

La muchedumbre corre como hormigas entre los andenes del subte de Plaza Constitución, un contingente de prostitutas ofreciendo servicios a señores mayores, niños ligeros de ropa mendigan monedas a mujeres y hombres demasiado apurados para detenerse en el detalle de una vida.

Entre el gentío se entremezclan: Obreros, oficinistas, abogados, policías, comerciantes, empleados, asesinos indultados, nuestros hijos, nuestras madres, buscavidas, rateros, curas, pastores, rabinos, satanistas que asisten con agrado al buen trabajo de su jefe. Y en medio del infierno, como un llamado a la cordura, la magia exorcista de un bandoneón deja escapar desde sus entrañas un tango, cortando el aire viciado del escándalo progresivo.

Los subterráneos no ofrecen paisajes externos, sin embargo nadie se mira, temen al encuentro, al ridículo, al cruce de miradas, al cambio de ideas, al diálogo, miramos al otro como un potencial enemigo, no damos ni permitimos dar al otro la oportunidad de darse a conocer, pudiendo ser esta una manera estúpida de dejar escapar al amor de nuestras vidas, o una sublime amistad, o al menos un enemigo digno.

Pero estamos tan preocupados en concretar la pedestre meta que nos ocupa, que no nos ocupamos de nuestro presente, no disfrutamos de nuestro viaje, y no miramos de frente. Mientras estas leyendo esto, el amor puede estar en frente tuyo, levanta la vista y cerciórate.

Buenos Aires 2005

Las luces ambiciosas de la calle Corrientes, la soberbia innata de la avenida Santa Fe, las venas activas de este gigante maligno que aún mantiene su hechizo. Ciudad austera en la que nadie se conoce y sin embargo son todos cómplices de algo, manejando a la perfección los tácitos códigos de no convivencia, sacando ventajas miserables, sobornando a zorros, estafando a turistas, alternando entre la simpática sonrisa y el golpe en el rostro, para estar acordes.

Se han levantado los fantasmas imperiales sobre el asfalto, dibujando tangos, soportando la humedad de la que están formados, creando un enlace entre los vivos que no viven tanto, y los muertos que no han muerto lo suficiente.

Buenos Aires se despierta como una dama con olor a noche agitada, con sus medias de red colgadas en un clavo, su pelo revuelto, y los zapatos con taco aguja aún puestos. Con su mirada fija en la futura orgía, con sus uñas mal pintadas, y su boca reseca de champagne. Despierta la ciudad, y nace la noche.

Muchos juzgan ignorando que esta dama, que hoy brilla entre miles, que se porta mal y se tiñe de irreverencia, ha sido víctima de infinitas violaciones, presa de torturadores, desangrada y perseguida, pisoteada por el miedo, vendida a piratas que aún navegan en sus aguas, mordida y atormentada por tábanos ambiciosos y voraces, derribada hasta los cimientos, amordazada por señores que nada tienen que ver con ella ni con la patria, asesinada y zaqueada en nombre de la democracia, revendida y condenada a ser madre avergonzada.

Hoy, como el árbol, que da sombra hasta a los leñadores, Buenos Aires sonríe aún detrás de su dolor, de su pasado, de su presente. Salpicando con alguna baldosa floja, sorprendiendo con algún bocinazo, calando humedad en los huesos, pero regalando una belleza innoble que la hace simplemente única.

Buenos Aires 2008

Aún sigue viva, aún está hermosa, mis lágrimas se mezclan con tu humedad, se confunden, Florida está como siempre, volver del viaje y encontrarte tan joven, tan viva, tan segura de vos misma.
Aún estás de pie, como los vicios, como el monstruoso Fénix, como el tango que acunaste y que te sigue adornando. Taxis, empedrados, un cielo casi ausente, mucho ruido, aromas, olores, sabores recordados, como el de un pancho en Corrientes y Paraná, como una pizza en las cuartetas, como un café en el Dorrego, un sándwich en El Británico, o un submarino en la Giralda, cervezas en el Tortoni, el cadáver del Molino, los mariscos de la Avenida de Mayo. Todo me invade como si me dieras la bienvenida, como si también me hubieses extrañado, como si me quisieras contar todo junto.

Buenos Aires se ha vuelto reina, una reina bataclana, de polleras cortas y al cuerpo, de tacos altos y labios rojos, reina de ojeras amarillas y duelos blancos, una reina a la medida de sus súbditos, charlatanes y embusteros, tramposos y ventajeros, pero nobles y con códigos, fieles y leales al servicio de esta ciudad que abre sus brazos a cualquiera, yo incluido.

Buenos Aires 2015

De la mano con mi hija de tres años, confundiéndome entre tus calles como si fuéramos parte del flujo amorfo que te compone, como si el calor nos fundiera en un solo monstruo al que le damos alma, ya nunca más hablaré en singular, muestro a mi hija las baldosas que alguna vez me salpicaron, recorro con ella las librerías de la calle Corrientes, toda vos sos diferente si los ojitos de Paloma se sorprenden.

Sigues siendo de viento, de aromas, de miedo, sigue siendo tu espíritu lo que te mantiene en auge, siempre fuiste, y ahora lo veo, el resultado del apretón de manos entre un ángel a punto de ser expulsado del cielo y un demonio que busca redención. Te sigo amando Buenos Aires, con todas tus luces prendidas, con tu asimétrica sonrisa, con tu historia que es la mía, raíz y flor, tango y truco, horror y bálsamo.

Te sigo amando y hoy que mi hija también te ama, la llevo al botánico, al parque Lezama, a compartir conmigo todos los lugares en los que creí ser feliz, se me arruga el corazón cuando su manito toma la mía y me señala una estatua, un asiento de plaza, un punto en mi línea de tiempo.

Texto agregado el 24-05-2018, y leído por 44 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
25-05-2018 Me encantó tu cronología. El final es muy muy bello. Un abrazo, sheisan
24-05-2018 Sigue contemplando. Esa criatura que llevas de la mano, refrescará tu mirada, y la hará aún más rica. Me gustó leerte. MarceloArrizabalaga
 
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