Y llegó el tiempo de elecciones en aquel pueblo
ubicado al pie de la montaña sagrada.
Los 4 finalistas conocen sus fortalezas y anemias.
Ricardo, es inquieto, es el más joven.
José, regresa al pueblo después de varios años de
estudio en la gran Tenochtitlan.
Andrés, luce cansado pero dice que la gente está con él.
Y Jaime, es el “atrabancado” como decía mi abuela.
Primer ronda, ante el Consejo Supremo:
Ricardo “voy a ganar porque los jóvenes me apoyan”
José “soy el más inteligente”.
Andrés “sé lo que la gente necesita”
Jaime “meteré a la cárcel a Rodrigo” (jerarca anterior).
El anciano jerarca con la vara de mando en mano
ve a un engreído José y pone una “X” en la boleta,
se la da al secretario, el cual invita a José a retirarse.
Segunda ronda:
Ricardo “Apoyaré a los jóvenes, ancianos y sus mujeres”.
Andrés “amor a nuestras tradiciones y paz con el enemigo”
Jaime “así como le cortamos la cabeza a la serpiente,
hay que cortarle la mano al ladrón”.
El decano anciano jerarca percibe un sanguinario Jaime, le pone una “X”.
Da la boleta al secretario, el cual señala a Jaime que es todo para él.
Tercera ronda:
Nobles guerreros, sólo queda ustedes dos, tienen el doble de tiempo para decir lo que tengan que decir –expresa el secretario-.
Ricardo: “No les fallaré, soy el sol joven, hijo del sol viejo, Tonatiuh, tengo la fuerza suficiente para derrotar al enemigo, podré correr la distancia para subir la montaña
e implorar al dios de la guerra Huitzilopochtli que nos proteja”.
Andrés “No más hambre en la gente, no más guerras,
defenderé con mi vida misma a mi gente de ser necesario,
conciliaré con los mayas y nahuas, hasta lograr la unión
de los pueblos en una sola República.
Para deliberar quién será el nuevo jefe, el longevo jerarca, cita al Calpulli ( Consejo General) en el majestuoso Templo Mayor, en donde no entra cualquier cortesano. Todos expresan sus comentarios, en determinados momentos discuten, alzan la voz, rivalizan, han pasado 2 horas 45 minutos. El jerarca tan sólo los escucha detenidamente, da un profundo trago a su bebida en aquel enorme jarro de barro. Después de 3 horas de cavilar, no hay una clara definición, se somete a votación. “Está empatado” –dice el secretario después de hacer el escrutinio --.
Anochece y sin decisión alguna el Jerarca sentencia: “que nuestros dioses lo decidan.” Manda encerrar en el laberinto (enorme pirámide de piedra en donde pocos han salido vivos) a los dos nobles guerreros:
“El que salga al amanecer con los primeros rayos sol, será el ganador”. Al día siguiente, la expectación era enorme, se abre lentamente la puerta de piedra de aquel recinto, y sale arrastrándose pesadamente una descomunal serpiente.
¡Venerables sean los dioses, Quetzalcóatl se los ha tragado!
Cuenta la historia que tuvieron que pasar más de veinte años para que volviera a ver elecciones en aquel remoto pueblo.
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