El Saco de la Risa



Era un niño dichoso, siempre feliz que vivía en un pequeño pueblo, tan pequeño que una maestra daba clases a todas las edades. Al niño le hicieron un regalo muy grato, el llamado saco de la risa, era un pequeño saco que podía coger con sus pequeñas manos y con un dibujo de un sonrisa y unos ojos cerrados junto a una nariz de peluche. Este saco de la risa tenía la particularidad de que si le pulsaban en la nariz se activaba un mecanismo de reproducción en el que se oía una grandiosa risa continuada.



Cuando lo pulsó por primera ver le estalló una sonrisa, ese mecanismo realmente le puso muy feliz y decidió ir con su risa a dar una vuelta por el pequeño pueblo. El niño no dejaba de pulsar la nariz del saco de la risa una y otra vez mientras poco a poco iba caminando bajando la cuesta desde su casa hacia los columpios, quería compartir su dicha con los niños del lugar, aunque tampoco pensaba en exceso en ello ya que estaba obnubilado en una sonrisa y una sensación de extrema felicidad.



Al bajar la cuesta se paró, porque los columpios aún estaban más abajo, le causó sorpresa de ver a todos los niños tanto mayores como de su edad y más jóvenes reunidos, qué dicha la suya, no les dijo nada, solo miraba sonriente y pulsaba y pulsaba el saco de la risa mientras los niños le miraban. En un momento dado, uno de los niños mayores le dijo que si le dejaba el saco de la risa, a lo que este niño dichoso dijo que sí, lo pulsaron y el saco de la risa reía y reía, el seguía en su estado de felicidad inimaginable, al poco tiempo el chico mayor que se lo había pedido le dijo que si le podía pegar al saco y el niño, imaginando que era tan blando y tierno el saco les dijo que sí. Empezaron a darle puñetazos contra la pared y el saco de la risa reía y reía y el niño seguía sintiendo dicha. Mientras le pegaban patadas y puñetazos contra la pared dijo ese niño mayor -Y que no se calla el saco de mierda. Entonces al niño dichoso obnubilado en su felicidad le vino el pensamiento, ¡Ah, que lo quieren romper! No dijo nada, él aceptó el hecho y siguió con su felicidad escuchando la risa del saco de la risa que tan dichoso le hacía sentir.



Cuando lo rompieron, se lo entregaron y le dijeron, toma. El niño lo cogió y se fue a casa tranquilo, un poco menos engrandecido de dicha que antes pero no dijo nada, ni lloró, ni se enfadó. Llegó a casa y le dijo a su madre, toma mamá, me lo han roto. Al día siguiente su madre debió decírselo a la madre del aquel niño mayor porque el niño por la tarde que lo volvió a ver le preguntó, ¿no te pregunté si le podíamos pegar? Y el niño dichoso dijo que sí. Ahí terminó toda la historia del saco de la risa con sus apenas siete años de edad del niño y un día con aquel juguete.



Después, con el tiempo se propuso encontrar de nuevo tal artefacto, buscó en toysrus, y en otros dos complejos comerciales hasta que después de un par de años más, con 37 ya, probó suerte en una web de compraventa china y lo encontró, no pudo elegir el color, que el que tuvo era rojo pero al llegar el objeto de tal estima, ese saco de la risa, le puso las pilas y pulsó, al instante le invadió la misma dicha porque la risa era idéntica y no le importó que fuese verde. Así, cada vez que tiene un día triste este hombre, pulsa unas veces en la nariz del saco y se trasporta a ese día de tan grande sentir.





FIN