Prisionera

Muerdo tu nombre y escucho la limpia voz del silencio en este espacio poblado de nostalgias.
Te contemplo en él y siento fluir el aliento vespertino sobre mi cabeza apretada de recuerdos.
Admiro en silencio tu cuerpo modelado en arcilla por mis manos de alfarero, mujer hecha de flores para aromar mi vida. Ahí está pintada tu muda belleza de mujer esbelta, aunque cabes en mis manos y en mis besos.
Y me deleito mirando tus ojos y tu pelo, que le robaron a la noche su negrura, y veo como titila la risa en la fruta roja de tu boca. Convencido estoy que bebiendo tu sonrisa me pasaría la vida.
Detrás de mí siento el arrobador aroma de la primavera que forcejea por hacerse sentir en la semipenumbra del cuarto, y los pasillos del alma se niegan a recibir el olor a recuerdo enterrado de tu amor que navegó en mis aguas dejando su rastro de espuma y sal.
Yo, que tengo la virtud de no abatirme por nada pasajero, creo escuchar el acento de tu voz de alondra, que susurra dulzuras en mi oído como queriendo aliviar las heridas de tu ausencia.
Te observo quedamente cuando hurgo en las chispas de tus ojos o en la enigmática sonrisa que ilumina tu rostro, un gesto consecuente que me hace pensar que estás aquí, oculta en un lugar secreto, y bromeas para que pueda mirarte pero no palparte.
Entonces te hablo y permaneces estática sobre la superficie azogada, silente y tentadora como un racimo en agraz que observamos cautelosos y no tocamos, temerosos de arruinar los frutos con una imprudente acción.
Pero sé que vendrás en el momento propicio y sembrarás sonrisas y acogerás mis caricias en tus manos fecundas.
Y en este atardecer de junio, bajo la angustiosa sombra de la soledad, evoco el roce de tu nacarada piel, el calor de tu pelo en mi almohada, el perfume de algas que escondes en tu cuello, y sin embargo te sigo buscando porque no estás presente: te encuentras prisionera en el óvalo transparente que me muestra tu imagen.
Afortunadamente, el espejo se convirtió en mi cómplice y te conserva intacta, consciente de que aun cuando no estás, necesito contemplarte para seguir viviendo.

Alberto Vásquez