Las fotografías en blanco y negro deben de ser de finales de los 60 , principios de los 70. Reflejan un pueblo vivo, con las calles pobladas de gente.
Por las mañanas, las mujeres barren afanosas las puertas que ,luego, riegan con el agua del arroyo que cruza por el medio.
Por la tarde , las calles se pueblan de niños jugando a pídola, a las chapas, a los huesos o a la comba.Mientras , las gallinas picotean restos de meriendas.
Al atardecer, corrillos de mujeres pegan la hebra mientras zurcen a las puertas de la calle. Los hombres fuman en silencio mientras echan un trago de vino.
A la hora de la merienda la tía Victoria pregona su " morcilla caliente". Por una peseta vende una buena ración de un manjar hoy desaparecido.
Luego es Francis la que vocifera las bondades de su " helao helao"artesano , hecho con leche y azúcar, que refresca en verano a niños y mayores.
También recorren la calle los vendedores ambulantes , como la mujer de la cesta, que anuncia a voz en grito mantelerías y sábanas. O aquel señor que publicitaba con picardía " medias de Tolosa, que llegan hasta la cosa".
Hoy la casa de la tía Victoria ya está cerrada , como tantas otras. Como se cerró la del tío Periquillo, el herrero, que herraba las caballerías en la calle.
La tendencia es irse , en una huida sin remedio del campo.
Los jóvenes se van a estudiar a la ciudad y muchos no vuelven, salvo en vacaciones.
En invierno se puede recorrer el pueblo sin toparse con un alma. Parece un pueblo fantasma, opacado de su antiguo bullicio.
Corren tras la promesa de una vida mejor, lejos del campo.
Las casas desvencijadas nos hablan de la diáspora. Solo los nidos de golondrinas ponen un toque vital en las solanas.
Casi simbólicamente, al anochecer, la mujer de la esquila recorre en sepulcral silencio todo el pueblo, con el toque a ánimas.
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