Nuestros antepasados en el imperio del Tahuantinsuyo, vivían en el tiempo fenomenológico regido por la naturaleza, tiempo que desapareció conforme se desarrolló la ciencia astronómica, que establece el tiempo sidéreo y las horas referidas a un meridiano seleccionado, París, Greenwich y posteriormente la zonal.
Primero apareció el enorme reloj mecánico, que como ingenioso ornamento se instaló en algunos sitios públicos, en el Perú tuvimos el talento de Pedro Ruiz Gallo, que construyo en Lima y Chachapoyas grandes relojes, posteriormente se construyó en dimensiones apropiadas para figurar en el mobiliario de las casas habitación; para el pensador alemán Ernst Jünger el reloj mecánico no solo es la primera máquina moderna, sino el invento más determinante del segundo milenio, con su tic tac nos alejamos del sol, de los astros, de las sombras y de todos esos referentes naturales que predecían y registraban el transcurso del tiempo; según el historiador Joaquín Fernandois al perderse ese vínculo con el tiempo natural, nos hemos vuelto más esclavos del mismo tiempo.
Que haces vetusto reloj
Allá sobre ese campanario
No has hallado un anticuario
Que te quiera conservar.
Cuando en el siglo XIX apareció el reloj de bolsillo, el tiempo mecánico adquirió valides predominante, tomando un carácter abstracto, este tiempo abstracto del reloj estaba llamado a controlar la productividad en el trabajo, el Perú por esos años no tenía artesanos capaces de reparar y limpiar los escasos relojes de bolsillo, solo en el Callao había un único establecimiento que era del alemán Müller, al que le faltaban manos para reparar los cronómetros de los innumerables buques que venían a nuestras costas, durante el boom del guano y el salitre; conforme se impuso la importancia del tiempo maquinal, se endureció su régimen absolutista, se hizo imperioso en el mundo la puntualidad, porque pronto se llegó al convencimiento de que “el tiempo vale oro” apotegma económico de difícil comprensión para muchos.
Ahora vivimos en el tiempo del cristal de cuarzo piezoeléctrico, que oscila a una frecuencia determinada, fijando el tiempo en los chip microprocesadores, no estando sujetos estos a cambios de temperatura, variaciones de la tensión en la fuente de alimentación, o cambios de parámetros con el tiempo que pasa, será por eso que queremos ganarle tiempo al tiempo, ese enigmático recurso que no podemos controlar, detener, acumular y menos ahorrar, al que tampoco podemos explicar del todo, que sigue siendo un enigma y que solo nos queda usarlo.
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