Crónica
En un lugar de la frontera
Recuerdo que de niño, hace tiempo allá lejos en Patagonia, muchas veces con mi hermano menor ayudábamos al papá, en su labor cotidiana y en su quehacer por el pan.
Nunca olvido que en un tiempo él con sus manos dibujaba adobes y tramaba murallas, nosotros con agua y tierra jugábamos haciendo barro, batiendo alegres, con una pala, la mezcla para ligar.
Aquel tiempo se fue, y junto con él, el viejo también partió.
Después de cambiar de siglo, en el año dos mil seis, Chile al sur, Curanilahue - piedra de agua o río de piedras, sería la traducción del idioma mapuche - con brisa caliente de enero bajo un sol que quemaba oyendo un coro de profesores que con voz potente cantaba: “En un lugar de la frontera, donde crece el hualle y el laurel...”
...en un cerro verde y agreste de las tierras araucanas, rodeado de altos pinos y cristales de sudoroso carbón. Después de medio siglo de discutir con el tiempo, con rabia agarré una pala y me puse a trabajar.
Me acordé de aquel barro de los tiempos de niñez, a mi memoria llegó mi madre de la mano de mi padre.
Mientras los "profes" cantaban el himno de la Escuela Normal de Victoria.
Ayer con esa pala, tierra, agua y con llanto, en aquel cerro cementerio enterramos un profesor, normalista de Victoria, nacido argentino y chileno de corazón.
Joven de sesenta. Aun le faltaba muchos asados, buen mosto y hartos cigarrillos por consumir, pero el corazón implacable dijo que no.
"En un lugar de la frontera donde crece el hualle y el laurel..."
con una pala y con rabia, el 20 de enero del año 2006, enterré a Humberto, mi único hermano.
Siempre habrá un lugar en cualquier parte del mundo para dejar guardados bajo tierra, mas nunca olvidados, capítulos de nuestra historia.
Incluido en libro: Crónicas al viento
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