Caminando sonriente te cruzas
con quien no resiste una sonrisa,
quien se aventura por las sombras
depredando el brillo de las alegrías.
Oculto acechando a la espera
de agradables instantes ajenos.
Quien no teme a la solitaria condena
de forzar por su actuar una sonrisa,
que troca torcidamente el buen sentido.
Criaturas malditas que sienten arder
sus pensamientos con el resplandor,
del brillo de una inentendible alegría.
Y yo que sufro de querer ser bien pensado
incapaz de descifrar sus motivaciones,
hurgo por el quiste a tientas desesperado,
esperando hallarlo en sus emociones,
latente, promisoriamente encapsulado.
La oscuridad nunca será impedimento
para dejar que se nos escape la luz.
¿Será un insulto el precio justo?
¿Será la expresión de ira el alimento
necesario para una famélica alma
que se nutre del amargo lamento?
¿O la violencia de un golpe inesperado
que la saque de su confinado aislamiento?
¡Ay si por lo menos alzaras el brazo
para dar el golpe sabría donde debo morder!
¡Ay si por lo menos desnudases tu pecho
para señalarme donde debo punzar!
Encontraría el punto exacto donde la hoja
sobre la carne muerta vida ha de encontrar.
Y así dejar que escape compartido el dolor
como reflejo vivo sanador, sobre la mano
que se atrevió a empuñar firme el puñal.
Arrancar de ti lo que te lleva a dañar.
Dejarte abatido sin fuerzas, indefenso,
para que abras tu pecho mostrando
la herida expuesta que causa el dolor.
Limpiar con tibio llanto la amargura
que escurre, que no la deja cicatrizar
Que no te permite morir para nacer
a lo que por obediencia deberías esperar.
¿Cuán grande puede ser el abismo?
Eco que evidencia la insolente profundidad,
como rebote retrasado del egoísmo,
que se construye a plena voluntad.
Mucho más grande debe ser el puente
que metro a metro con insistencia
el dedicado constructor construirá.
Mientras el sonido de las incansables máquinas
resuene al interior de los ensordecidos oídos
ningún descanso será aliciente suficiente,
para el responsable trabajador extraviado
que sueña día tras día, en casas precarias
que luego habitarán las esperanzas parias.
Pero hoy, debes dejar a tu alma
desvanecerse rendida al cansancio
placentero de perder las fuerzas.
Y someterte al generoso gesto
de un tibio beso en la planta del pie.
Muestra inefable del complejo reflejo
de la incomprensible incondicionalidad.
Abandonarte a querer forzar el cuerpo
más allá de las antinaturales fuerzas.
Cerrar los ojos para alejarte de los sentidos,
arrastrado entre sueños reconfortantes
de fortalezas en la debilidad construidos.
El frío nunca será impedimento real
para dejar que se te escape el sol.
Un largo bostezo será la simple excusa,
cuando la dicha ya habite el corazón,
para poder dejar escurrir las lágrimas,
acumuladas, huérfanas a todo dolor. |