MANOS A LA OBRA
Fue un murmullo como venido de otro mundo lo que me despertó. Yo tan tranquila entre mis sábanas, visitando sueños conocidos y uno que otro sueño nuevo… Pero salí de allí como un ahogado que por fin toca la superficie y jala la vida en una bocanada de aire, con la diferencia de que yo no recodaría estarme ahogando ni mucho menos. Me incorporé despacito, recorriendo las sabanas con la misma dulzura con la que ellas me abrazan mientras me pierdo por mis andares oníricos y me puse de pie junto a la ventana invocando, con todo el silencio del que fui capaz, aquel rumor.
Era como un murmullo que venía del departamento de enfrente, o susurros, o quejidos suaves, algo, un sonido difícil de explicar pero que me atrapó. No fui capaz de deslizar la cortina, temí que con aquel intrusivo movimiento el sonido se diluyera... Allí estaba yo, con mis pies desnudos clavados en el piso helado de la madrugada, junto a la ventana, atenta a los imperceptibles cambios del susurro que me hipnotizó, hasta que de entre sus sutilezas surgió un claro gemido que llevó a mi mente a viajar por caminos placenteros. Aquel gemido dulce surgido de un placer femenino se transformó de pronto en un escándalo fugaz, tan breve, que hizo despertar del tibio mundo de la tela del camisón a mis pezones. Luego pude ver una luz pequeña encenderse, como la de un cerillo, y mi respiración se revolvió descubriéndome una intrusa fisgona de quién sabe qué, qué sucedía entre aquellas abandonadas paredes vecinas.
Entonces se abrió la puerta del departamento y apareció en el umbral una mujer de cabello castaño, única prenda que cubría su figura desde la cabeza hasta la pronunciada cintura y que caía en singular visión por sus prominentes caderas. Salió del lugar, completamente desnuda, bajó las escaleras en un andar contoneado regalando a mis ojos la vibración de su piel completa a través del tul de la cortina.
Sus pasos sonaron constantes descendiendo por las escaleras. Escuché cómo se abrió el portón de la entrada del edificio y luego cómo se echó el cerrojo. La noche cobijó el pasillo, mi habitación y el abandonado departamento de enfrente en el que nunca ocurría nada.
La imagen de ella caminado desnuda por las calles de la madrugada me alborotó la razón y lamenté profundamente que mi departamento no tuviera vista exterior. Luego tuve que echar mano de la resignación que rápidamente hizo un llamado a la creatividad para no convertir esa noche en una noche cualquiera, pues aquella visión me había provocado inusuales ideas. ¿Dormir? Por supuesto que no; regresé a mis sábanas y puse manos a la obra.
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