Éramos varios sentados a la mesa. Su hospitalidad era majestuosa, preparaba los manjares más deliciosos, para gente que comiera vegano, de un lado de la mesa y del otro alimentos para carnívoros, todo regado con semillas de amapolas, sésamo y chia, muy buenas para bajar el colesterol.
Todos los comensales comían a gusto, bebían demasiado, y trataban de eructar disimuladamente.
Solo nosotros dos jugábamos debajo de la mesa
Pie derecho con pie izquierdo, cuanto locuacidad en esos pies. O diríamos con los zapatos puestos ¡Si esos zapatos hablaran!
Contarían que estaban deseos de encontrarse, de rozarse sus respectivos talones, de frotarse en forma desmesurada y prodigarse una lustrada de pomada negra, despacito y luego el resplandor correspondiente para que quede radiante, explicita, exultante.
Entrada la noche todos nos despedíamos muy contentos, con el estomago lleno, y nosotros dos, con el deseo consciente, que esa no sería la ultima cena que nuestros zapatos interactuarían.
Pasaron muchas cenas, como estas. Los amigos festejábamos cumpleaños, aniversarios, llegadas de nietos, eventuales jubilaciones.
No sé si seguiremos siendo solo dos los del secreto, pero ahora, que han pasado los años, y es verano, lo tengo enfrente de mí, seduciendo de nuevo a mi sandalia color peltre, bajas y chatas, como para una mujer adulta, y sabia de mi edad.
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