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En la tarde del 15 de junio de 1945, Henrik Holleb había tomado una decisión de la que no podía dar marcha atrás, aunque ello significara “abandonar el nido”.


A días del verano de 1946 la vida transcurría taciturna en las amplias calles de Hillside, de las jardineras se evaporaba la poca agua que se regaba, y las bancas de Hoyne Ave. eran planchas candentes de color marrón. Al fin de la guerra todo había sido recomenzar, pero en Hillside, después de casi un año, todo parecía haber vuelto a la normalidad, incluyendo el tétrico aspecto del número 72 de Hastings St., en donde se ubicaba la “Casa Holleb”, mejor conocida como “La casa de las palomas”.

La familia Holleb era una familia de clase media que a finales de 1920 había llegado a vivir a una de las casas de Hastings St., que se ubicaba a dos cuadras de Hoyne Ave. y a una cuadra de la Estación de Policía, debido a la transferencia de Mr. Holleb como nuevo Comisionado de la Policía de Hillside; su esposa y sus dos hijos, Hellena y Henrik, pronto se adaptaron a su nueva vida.

La familia Holleb no era más diferente de las otras que vivían en la zona, pues al menos en Hastings St. había tres familias más que pertenecían al cuerpo de Policía de Hillside. Sin embargo, la Familia Holleb tenía una peculiaridad muy específica, su “fascinación” por las palomas.

En vida de Mr. Holleb, la familia se ganó el respecto y buena reputación dentro de la Comunidad, la cual no se vio mermada durante la guerra, ni aún con el excéntrico pasatiempo de criar palomas que Hellena continuó después de la muerte de la Sra. Holleb, en 1941.

En plena segunda guerra mundial, la situación se había tornado algo difícil para los hermanos Holleb, sobre todo por su apellido, que provocaba cierta suspicacia dentro de la comunidad al considerarlo semítico. Pero, la situación no era fácil para nadie. En todo caso los Holleb parecían adaptarse bastante bien.

Para 1945, Hellena y Henrik además de la buena reputación heredada, solo contaban con la casa del 72 de Hastings St., con algo de dinero de un fideicomiso y con sus palomas. No se les conocía más amistad que el párroco de Hillside, y la Sra. Hubbert, ama de llaves del párroco. Correspondencia casi no recibían, salvo en diciembre y de algún familiar holandés, de donde era originario el Abuelo Holleb. Pero en la primavera de ese mismo año, y sin aún saber que el fin de la guerra estaba próximo, el buen nombre de los Holleb quedaría literalmente por el suelo.

Al mediodía del 15 de junio de 1945, Hellena observó que tres de sus palomas no habían regresado, con expresión más de terror que de miedo corrió escalera abajo gritando:

“¡Henrik!, ¡Henrik!”
“¿Qué sucede?”
“¡No regresaron, no regresaron!”
“¿Estás segura?, ¿cuántas?”
“Tres. Sí lo estoy. ¡He esperado toda la mañana y no regresaron!”

-[breve silencio]-
“Prepara a la paloma café en lo que yo escribo el mensaje.”

Hellena, pálida como las plumas que flotaban en el tejado, tomó escaleras arriba, mientras Henrik escribía, en una pequeña tira de papel que luego enrollaría para introducirlo a un minúsculo tubo de metal:

Molinos sin aire.” “Nido vacío”.

Hellena regresó con la paloma y tartamudeando dijo:

“Es … pleno … día, se … darán cuenta. He … visto … en varias ocasiones a … un hombre de sombrero gris en … una de las bancas de Hoyne … Ave.”

“Junto con ésta suelta a todas las palomas”.


-Le dijo Henrik, quién ante la petrificación de Hellena, le tomó las manos que envolvían a la paloma, y le repitió con voz suave y con los ojos fijos en los suyos:

Junto con ésta suelta a todas las palomas”.

Muda, con un evidente rictus en el rostro, y las lágrimas paralizadas en las esquinas de sus ojos, regresó sus pasos hacia el tejado, con la paloma en mano y el mensaje adherido una de las patas de ésta.

Mientras tanto, Henrik entró a la habitación que fue de sus padres y sacó un maletín de debajo de la cama, lo abrió, se cercioró de su contenido y salió de la casa para subirse en el viejo automóvil negro que había sido de su Padre. Se dirigió calle arriba, pasó enfrente a la Estación de Policía y al llegar a la esquina de Hoyne Ave., alcanzó a ver no solo al hombre del sombrero gris, sino también a las palomas en pleno vuelo. En ese instante cerró los ojos, como en una plegaria, y aceleró el motor. Ya no había vuelta atrás. En su trayecto se cruzó con una ambulancia. Él solo mantenía la mirada fija hacia enfrente.

Del joven que subió al vehículo de los Holleb no quedaría sino un hombre sombrío y turbado frente a un volante y kilómetros recorridos.

De Hellena quedaría aún menos, tan solo un cuerpo inerte sobre el prado y en su pecho, la sangre de tres palomas.


AiledZullZayhev ©

Texto agregado el 10-05-2018, y leído por 58 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
30-06-2018 muy bueno y muy trabajado cafeina
14-06-2018 Qué puedo decirte? me encantó! es el principio de una novela? perdona la pregunta pero me interesó el tema y me dejaste sobre ascuas. Felicitaciones Escritora. Besos. Magda gmmagdalena
14-06-2018 Tu cuento me atrapó, porque está excelentemente escrito y por algo personal, soy una especie de experto en las dos guerras mundiales. Pero te confieso que el final me descolocó y no acabo de comprenderlo. Aun lo pienso y no decodifico su significado. No obstante, es merecedor de mis cinco estrellas. -ZEPOL
14-05-2018 Interesante y enigmático cuento. Me gustó,está muy bien contada,tanto que gusta leerla.. El final es estremecedor***** Un abrazo Victoria 6236013
 
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