La vida en realidad es ficción. Una ficción convincente, pero del mismo género que un videojuego. Es un punto de vista-la vida- conformada por todos los puntos de vista de quienes gozan de punto de vista. Para gozar de punto de vista hay que estar vivo, aunque la memoria puede perdurar en los escritos y obras del finado si no se destruyen a su muerte, como es bastante corriente. Uno tiene la opinión de que la historia de la literatura tiene un apartado secreto compuesto por las obras que nunca salieron a la luz por un motivo u otro. Esta literatura de cajón guarda más secretos sobre la existencia que la extracajonaria. Pues precisamente la verdad es de por sí miedosa ya que anuncia puntos flacos del veraz que se ha tomado la molestia de andar urdiendo sobre la vida propia y de los otros de esta manera deleble de escribirlo.
A lo que iba; los puntos de vista más nutritivos son los de los personajes solitarios que han hecho del papel su confidente. Uno se encuentra identificado con tal categoría y consecuentemente dentro de la tendencia a ser pasto- mi punto de vista- de las llamas, con mi existencia física.
Por ello quiero compartir un secreto antes de llegar tal momento, burlando ese mi destino que vislumbro envuelto en llamas como bruja inquisitoria. La historia se repite y el mundo no es más que un campo de pruebas en el que todos colaboramos hasta perder nuestro punto de vista. Eso, y la conciencia de suciedad que arrastramos desde que a alguien se le ocurrió hacer palanca con ello, hacen de la vida un proceso irreversible, una tendencia a ocultarnos a nosotros mismos una fallas heredadas por prejuicios estúpidos entre los que no es el último en importancia la creencia de que hay que ser mejor que los otros dividiéndonos en categorías. Ya digo, y todo desde que a alguien se le ocurrió meter la palabra mejor en liza.
Esto al menos es lo que hay dentro del cajón de mi mesita.