Nunca subestimes la inteligencia y la sapiencia de un niño pequeño, tampoco de la de un niño de once ni de trece años recién cumplidos.
Viene a cuento de cuando mi hijo que contaba trece años presentaba unos ligeros problemitas relacionados con la adolescencia. Un caminar vacilante, objeto de bulliyng en la escuela, portaba anteojos porque no veía una vaca en un baño, como su madre, caminaba un poco encorvadito, no tenia musculatura, y además anunciaba la mañana con veinte estornudos seguidos.
Como toda madre preocupada por la salud de sus hijos lo lleve al traumatólogo, al oculista, al otorrringonaringologo y por supuesto fui a su escuela El Javier Tapie, benemérita Institución Técnica situada en el pueblo de La Loma.
Allí trabajan toda clase de profesores adjuntos, y titulares, dedicados a soportar a adolescentes en edad de crecimiento, donde pululan las hormonas, por sus genitales, y donde se alborotan toda clase de pensamientos. Una vez leí un libro de una francesa que no recuerdo su nombre, que se refería al gusano que se convierte en mariposa, luego de una ardua y cruel transformación.
Pues así he sentido la mía, hace ya tiempo y así acompaño la de mi hijo del medio, que según las leyes de la maternidad o según los expertos en puericultora, saben que es el que más sufre, porque no es ni el primogénito, ni el más pequeño, por lo tanto el del medio.
Cuando lo lleve al otorrinorangologo ni lento ni perezoso el Dr. muy enjundioso, él, advirtió que el chico siempre será alérgico, de por vida, hagamos lo que hagamos, todo delante del chico que sordo no era.
Después lo lleve al traumatólogo, que dijo que si no se incorporaba a la natación, sería sometido a toda clase de arneses para enderezar su columna que venía como con una escoliosis lateral. Así que a hacer crol, o estilo mariposa, urgente en pileta climatizada porque era invierno, y hacia cinco grados, bajo cero.
El oculista dijo que era miope, Eureka por la noticia, todos lo sabíamos. Y que no se podía operar todavía porque estaba en pleno crecimiento, pero aventuraba que con el grosor de su retina tampoco lo podría realizar en los años venideros.
Con todos esos augurios llegamos a que mi hijo del medio tiene un metro, setenta y dos centímetros de estatura, estornuda como veinte veces anunciando que llego la mañana, tiene una espalda muy musculosa, es retacón, pero promete, tiene una piernas maravillosas, un cerebro privilegiado, gracias a sus innumerables lecturas y hay una chica en el barrio que aunque el usa anteojos con un cristal con graduación muy alta, dice que es muy guapo, que parece un intelectual, y además es muy amoroso, amable y educado.
Y ese es mi hijo, el del medio.
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