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Hoy los loros llegaron volando muy bajo a dormir en los cables junto a la ruta. Sí, como siempre, lo hicieron en pequeños grupos gritones y veloces, luego se acomodaron uno junto a otro casi ala con ala mirando todos hacia el mismo lado.
Él no sabe de dónde vienen, escuchó decir que de día depredan en campos sembrados más al sur, más hacia el frío, en lugares a los que no fue nunca.
Por las mañanas, cuando amanece y ya está agachado entre los surcos cosechando o desmalezando las cebollas, los ve como de un soplido, en un instante, se van, en una gran bandada, que al salir se mueven igual que humo en el aire, acarreados por el viento y al ganar altura, al subir acelerados, frenéticos, allá arriba –muy alto- se separan en grupitos o en parejas para alejarse y ser solo puntitos que le escapan al día.

Los hombres, esas sombras envueltas y escondidas por el cielo de la noche eran tres, bajaron lentamente, con parsimonia, de la caja del camión que se detuvo y quedo inmóvil dentro del ruido del motor encendido.
Primero trepan en silencio la baranda de madera, pasan con agilidad juvenil las piernas y los cuerpos, arrojan con fuerza sus pertenencias, abrigos y bolsos al vacío oscuro que cubre la ruta, el vacío oscuro invadido por los gases que salen por el escape del vehículo. Las cosas que tiran suenan igual que ellos al golpear contra el ripio.
Suenan casi sin ruido, sorda, apagadamente como el impacto seco de una pala cuando entra en la tierra blanda.
Así llegaron.
Cayeron los bolsos de a uno y luego también, de a uno por vez, las tres sombras de los hombres que los recogieron, y después tres veces el brillo de las luces del camión se interrumpe cuando las sombras cruzan por delante de la máquina y caminan hacia el refugio.
Tropiezan con los surcos en su derrota de ciegos, se oyen voces mientras se acercan. Se oye maldecir.
Allí está Catorceno, al escucharlos –intentando el sueño- finge dormir. Ahora alerta espera. Cubierto de la intemperie por sus ropas y un nailon negro es una sombra más dentro de la tapera que lo protege.

- Más bolivianos, se dice.

Escucha el camión que se va, lo siente en el sonido desparejo del motor que acelera, que se mueve y se lleva la luz, y al dejar de alumbrar las paredes derrumbadas hacia donde fueron enviados los hombres la oscuridad se hace dueña absoluta del lugar y la noche crece pisándolo todo.

Abre los ojos en el negro absoluto de su guarida y se ve como en un brillo, ve sus ojos abiertos en la oscuridad perfecta, en sus ojos de mirar el altiplano, en sus ojos que saben nadar en el silencio, en las alturas y dice -mueve los labios- y aquí vine para estar mejor.
Cierra los labios y los ojos con fuerza, con rabia de derrota, cierra los puños y respira aire helado, patagónico, bajo el nailon. No se mueve y espera.
Tal vez esto sea lo mejor piensa, sufrir solo, lejos de esa tierra que ya le quedó sumergida en el pasado. Enterrada y lejana, esa tierra yerma que pertenece solo al viento.
Y no es de nadie.


(2018)

Texto agregado el 04-05-2018, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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