Meciéndome me encuentro entre las nubes
de alta rama y bajo calibre rocoso impregnado,
en laderas serpenteadas cambiando de piel
y de memoria en las vías de la gloria perdida.

Ventanales salpicados de saliva del cielo
bendiciendo el prado y los túneles de piedra aguados
que producen el corte y el cierre de un cuadro de escalas pintadas hacia la altura donde los ojos parpadean atentamente.

Muro de selvas impávido y dentado
traga el carruaje a tus aposentos cantando
en los sueños de los tripulantes que duermen en la orilla del canal metálico y siniestro que corrompe el cuerpo.

Fragmentos de hojas y flores atraviesan la espera
del portal donde la bella mujer peina el cabello de las plantas
y el murmullo del mito cuenta las horas
para despertar justo con nuestra llegada.

El sendero escondido pide a gritos más pisadas extrañas
y el eco rebota en las entrañas de esta jungla gris
por la que el mundo oculto se dio a conocer
usando las lenguas húmedas en las paredes impregnadas.

La sal se convierte en pasto que brota desde las cúspides desconocidas que acarician la luna.
La sangre surge del río que acompaña el viaje sagrado del canto en la niebla.
La mirada se arrepiente de la luz de tus colores.

El bosque se enclaustra en la meta
de la gran carretera entre la vida, la respiración agitada
y la muerte escondida que se halla en los árboles, la lluvia y la piedra caliza.

Fuimos testigos, nos llenamos de historia y volveremos creyentes.

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Machu Picchu, Perú.
25 de Abril, 2018.