Algunos me han preguntado por qué no he vuelto a escribir. Incluso, han sugerido fórmulas para hacer regresar a la musa. Debo decirles que no es un problema ni de musas ni de falta de voluntad para escribir. Toda la culpa la tiene el clima donde vivo actualmente.

Algunos de ustedes saben que debo mudarme cada cierto tiempo porque mi profesión así lo requiere. Soy trabajadora de la palabra y para buscar historias, la empresa donde trabajo me obliga a vivir en sitios que ustedes ni siquiera imaginan.

Ahora mismo habito en un lugar tan apartado de la civilización que no tengo ni internet ni WhatsApp ni nada parecido a un servicio moderno de comunicación; lo único que funciona es una vieja oficina de correo como las que se usaba cuando la “independencia” de nuestras naciones. Por ese medio le envié el texto que están leyendo al administrador del sitio y solicité lo transcribiera en Word y lo subiera por mí. Ese correo lo despaché el 09/11/2017; así que saquen cuenta de cuánto tardó en llegar.

¿Cómo lo escribí si no tengo acceso a una computadora? Fácil, recibí - como regalo de Roladonfa - su vieja máquina Remington antes de que él partiera a su viaje más allá del sol. Él sabía de mis movimientos por el mundo y un día me la envió a sabiendas de que en cualquier momento la iba a necesitar. Así que cuando me mandaron para este lugar cuyo nombre jamás he podido escribir, amén de que no hace falta porque ni aparece en el mapa, la traje y ella me ha permitido subsistir desde el punto de vista de la expresión escrita.

Se estarán preguntando qué tiene que ver el clima con la falta de creatividad para expresarme. Disculpen mi desvarío, es que el calor reinante no me deja hilvanar las ideas con hilos de oro y plata como me encantaría, sino con gotas de sudor que se evaporan antes de plasmarlas.

Ah… A lo que iba, al clima. No tengo aire acondicionado y tampoco hay el voltaje requerido para los aires. Sólo tengo un ventilador tipo turbo que de tan viejo no le distingo la marca. Cada vez que me siento a escribir en la vieja Remington de Rolandofa, el papel se dobla en la máquina porque el viento del ventilador lo aplasta sin misericordia ya que no he aprendido a manejar los aumentos repentinos de la velocidad del viento de ese aparato.

En esa lucha tan desigual entre el ventilador, el papel y el calor, las ideas también vuelan porque en mi cerebro se producen flujos tormentosos. Como consecuencia de ello, se origina un calentamiento terrible en mis neuronas, caigo en depresiones térmicas lingüísticas y mis ideas se embarcan en un globo aerostático que tropieza contra todo lo que consigue, destruyendo así toda mi capacidad creativa y expresiva.