Máscaras
No deberías acercarte demasiado, sugirió con sus ojos inyectados en sangre. Mi sacerdocio me prohíbe derribarte, pero mi instinto flamea en las entrañas invitando a la faena.
El Hombre de la Máscara: _Soy Dios_, blasfemó el insolente, mientras las pupilas se le contraían y su palidez juntaba años en los surcados rasgos.
Sus gestos eran amenazantes, sus ademanes histriónicos, pero su mirada era invadida por una dulzura casi de niño. No había que temer, ¿o sí? ya no importaba, y le contesté al instante.
Yo: _Si fueras un dios, podrías con tu instinto, no tendrías reglas, o harías las propias, y entre ellas podrías poner un inciso que te exima de tus tendencias tendenciosas._
El Hombre de la Máscara: _Soy un dios imperfecto, como todos los dioses_ interrumpió. _Además es inadmisible e insoportable un dios sin debilidades. ¡Soy el rey de las debilidades! Gritó enloquecido._
En el acuoso callejón donde nos encontrábamos se produjo un silencio absoluto, de esos que atemorizan, parecía como si una muchedumbre me observara sobre el morrillo, como si el tiempo se hubiera detenido en el grito.
Mi cuerpo sudaba frío, y el control sobre las emociones se mudaba poco a poco hacia los arrabales del desasosiego.
Supuse que no debería ser para tanto, pero aun así, sin el valor para quedarme, pero con la suficiente intriga para no escaparme, lo miré de nuevo, pero ahora con un gesto de falso valor, y una vez más ganó la curiosidad.
Un nuevo grito aturdió a la noche.
El Hombre de la Máscara: _Soy un demonio, soy un invento, dijo casi sollozando, soy un mito sensible y austero, soy una promesa falsa, soy un pobre diablo, o un pobre dios, ¿qué importa? Existo solo porque hay quienes aún creen en mí, como la magia, pero quedan pocos poetas, ya no hay poesía, los valores han claudicado, ¿que sentido tiene la presencia de un dios, o de un demonio, o de alguien que debe su existencia solo a la sensibilidad de los poetas?_
Yo: _Yo aún te veo, y no soy ningún poeta... No te deprimas, viejo espectro, no te ahogues aún en tus lágrimas de ácido, no te causes más dolores, todavía queda uno, aunque más no sea uno que te ve._
El Hombre de la Máscara: _Porque crees en mí._
Yo: _ ¿Cómo creer en vos cuando ni siquiera te conozco?, además la credulidad es un ejercicio que requiere la ausencia de ejercicios.
El Hombre de la Máscara: _Sabes quién soy, sabes que represento, pero de tanto andar entre ciegos, pareces uno de ellos.
Soy lo inexplicable, lo que no está al alcance de su ciencia mortal, soy la magia, la muerte, el infierno, el cielo, la nada, el absoluto, soy el secreto del universo, soy el alma, soy el tiempo, soy las palabras siempre y nunca, esas que se usan con tanta frecuencia y que en esencia no existen sino en mi persona, soy el amor, soy el misterio, la resolución de todas las paradojas, la clave de todos los secretos, soy nadie, soy todos, soy el conglomerado de nadas al que nadie rinde culto, soy el que no se merece a si mismo. Soy solo una voz dentro de tu atormentado cerebro, el salto mortal desde tu columna vertebral hasta tu alma en ruinas, soy la llama sagrada encendida en tus más íntimas pasiones, soy el infernal parásito de tu conciencia, soy la delirante poesía inspirada por dioses paganos, soy el místico y frenético dogma en el que permaneces prisionero, soy todo lo que no es si no hay quien vea además de mirar.
Yo: _Todos lo somos_ afirmé, y tomando aire, continué la afirmación,
Yo: _creemos ser, pero ¿cuánto hay de cierto en ello?, somos tan efímeros y tan concientes de nuestra muerte que perdemos la sensibilidad y nos mantenemos al margen de nuestra propia vida._
El Hombre de la Máscara: _ ¿Propia vida? Nada es propio, la vida te ha sido prestada, todo es presente, todo es locura, la muda soledad es hija del frío dolor de reconocernos mortales._
Yo: _Vos no deberías preocuparte, tu inmortalidad te exonera del miedo, la eternidad te convida a la no vida, aunque eterna.
El Hombre de la Máscara: _Solo vivo de personas como vos, pero muero cada vez que soy olvidado, como todos, estoy condenado a la eternidad, al perpetuo suplicio de enterrar generaciones de hombres sensibles, de mujeres virtuosas, de artistas inmorales, de mí mismo, que soy todos y ninguno. Muero todo el tiempo, como vos, como todos._
Sus ojos cambiaron de color y de forma, y se volvieron tiernos e infinitos, como los recuerdos que a veces me invaden. Se recostó en una columna de madera apolillada por el tiempo, se quitó el sombrero negro, extrajo de su capa una petaca plateada y bebió. Luego del primer sorbo, alzó su brebaje hacia el estrellado cielo y me contó de su contenido.
El Hombre de la Máscara: _Agua del Río Estigia, con restos de medusa y baba de Cerbero. Solo embriaga a los miserables, posee la propiedad de causar efectos según quien lo ingiera. Cura o enferma, nubla el cerebro o lo aclara, mata o resucita, te duerme o te despierta.
En mí provoca un efecto profético, crudo, elemental, y necesito un poeta que me interprete, que sepa de lo que estoy hablando, que me traduzca, como los chamanes antiguos._
Después de varios tragos, comenzó a surtir efecto la mágica pócima…
El Hombre de la Máscara: _Luego de atravesar los largos puentes de humo negro y rancio que une los mil mundos aconteció lo indescriptible. La secuencia viva de las inmediatas campanas que dilatan sus alquimias en búsqueda eterna de lo puro, endereza el trance de los guerreros.
La humilde cofradía de sortilegios y laberintos que conforman lo indescifrable del desconcierto envenenan a las águilas y a sus crías.
Hemos venido de beber la sangre del dragón al que le dimos muerte, arrebatamos la llave de las condenas y aún así estamos solos. Solos y tiesos ante el universo, que ya no es el mismo que hace un segundo, euforia y flamencos negros, barcos fantasmas naufragando en mares sólidos, Cagliostro extirpando las entrañas de un dromedario medieval, feudos envueltos en llamas de codicia, avalancha de ojos cayendo en picada por el empedrado de la calle de los suspiros, un manojo de piel quemándose en la salina espectral del ártico.
Vikingos, momias, el rey de los gitanos, Odín, el Olimpo, zares, guerreros celtas, dietas para adelgazar.
Ninguna sangre es inocente, ningún camino es intransitable, ninguna mirada sale ni llega pura, ninguna verdad es sincera, ni siquiera ésta que represento.
La mandrágora estéril bajo los ahorcados sueños del elegido, la anestesiada serpiente sudando su fiebre bajo escamas resecas, el manto morado y negro que enarbola las insignias de las más turbias obscenidades brillando a borbotones versos indecorosos dictados por los verdugos y recitados a gritos por los condenados en la ciega bahía de los desencuentros.
La jauría de lobos que acechan impasibles, que se agazapan y clavan sus colmillos infectados en la sangrante luna del cáucaso, el rostro miserable y licuado que destila bilis y ponzoña, el rostro del que debemos huir, el fétido rostro de la mentira que a diario representamos.
Artistas incinerados junto a su obra, libros quemados junto a sus autores, la misma carne y sangre del muerto generando la existencia de los gusanos que se lo comen, el certamen de idiotas que hacen fila para enlistarse en los infiernos que han creado, la marca de la máscara en el semblante, la marca de la mediocridad en el pulso de los mortales, el viento se llevará las hojas, dejará la sangre y se enturbiarán los sentidos, los que alguna vez tuvieron algo, querrán entregarlo a cambio de un poco más de aire, los que no saben de dolor, se enterarán, se le caerán todas las máscaras y quedarán solos frente al espejo, ese espejo - conciencia que nos delata, que nos devuelve la misma imagen absurda que le entregamos, ese espejo que nos contiene y pone en evidencia todas nuestras limitaciones.
Se caerán todas las máscaras, dejaremos de ser lo que tenemos, dejaremos de ser lo que hacemos, dejaremos de ser otra cosa que lo que somos, y allí, estaremos desnudos e indefensos frente a nosotros mismos, sin saber que hacer sin aquellas cosas que nos conformaban como hombres y mujeres, entraremos en pánico y comprenderemos que todo es efímero, superficial y vacío.
Caerán todas las máscaras..._ dijo mientras se le caía la última que le quedaba en un charco, el efecto del brebaje se esfumaba, como los muros que le zurcaban.
El Hombre de la Máscara: _Caerán todas las máscaras, y será la manera de que tu rostro quede al descubierto, así que ahora, mira tu rostro, obsérvalo con todo detenimiento, cada rasgo, no te pierdas detalle, porque tal vez no lo vuelvas a ver tan claramente nunca._
Un rayo iluminó su cara, que era la mía, pero sin velos, sin ataduras, sin el conjuro gris de las aspiraciones ajenas, solo mi cara, limpia y sin lazos externos, sin pretensiones, solo mi cara y la muerte de cuerpo presente delante del destino.
El Hombre de la Máscara: _Cuando te quites todas tus máscaras, verás este rostro, mientras tanto, seguirás luciendo como los demás te quieren ver_
La magia inundó el adoquinado, y su mutis no fue espectacular, solo se diluyó en la bruma desdibujándose entre la humedad del aire, me gusta pensar que eran sus lágrimas las que llovían aquella noche, me gusta pensar que contengo a semejante personaje.
Llegué a mi casa empapada, el sudor y la lluvia alternando aromas y texturas en los desencajados atavíos.
Tomé el camino directo hacia la ducha, y luego de un largo rato con el rostro inclinado, los codos contra la pared, y el agua caliente fluyendo en golpes contra mi cervical, aún mojado y desnudo, busqué el espejo, cerré mis ojos, junté coraje y me miré de frente.
No hubo sorpresas, mi rostro no era puro, ni diferente a otros días.
Me cepillé los dientes y me fui a dormir, había sido un día más que extraño.
Al llegar a la cama, debajo de la almohada había una petaca de plata con mis iniciales talladas a mano, entre las sábanas, había una capa negra llena de tiempo, y debajo de la capa, una máscara, con mi cara limpia, pura, solo mi cara sonriendo y esperando a ser usada.
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