Esta voluminosa napa de agua situada a 3,310 m. de elevación, con aproximadamente 78 kilómetros de largo y 16.5 kilómetros de ancho, es el segundo lago con que cuenta el Perú después del Titicaca, ocupan sus orillas caseríos y pueblos como Ninacaca, Vicco, Carhumayo, Junín, Ondores, Pani, a este lago se le atribuye una profundidad de 200 brazas y tiene una notable abundancia y variedad de peces y aves.
La navegación en el Chinchaycocha existe desde época inmemorial, cuentan que al llegar Hernando Pizarro en su primer viaje de Cajamarca al Sur, estuvo en la orilla occidental y vio ahí balsas cuyos palos fueron traídos por Atahualpa desde Tumbes, como lo habían hecho ya antes Huayna Cápac y probablemente otros monarcas anteriores a él, después lo han surcado embarcaciones menores de vela y de remos, se dice que había 5 vaporcitos hasta poco antes de establecido el estanco de la sal, donde un negociante de este artículo que se proveía en San Blas, lo embarcaba por Ondores para desembarcarlo en Yucapilca, que distaba solo 40 kilómetros de Cerro de Pasco su mercado de consumo, ahora hay barquitos, balandras y chatas para comunicarse de pueblo a pueblo.
El 4x4 rampaba las alturas y en la radio un violín gemía melancólicamente y luego se escuchan las letras de un huayno.
🎻 “Carhumayo mi tierra linda
Con su fiesta 30 de agosto”
El lago Chinchaycocha también es celebre por haberse dado en su vecindad la batalla de Junín el 6 de agosto de 1824, en esta mañana sin viento la superficie del lago semeja una lámina de acero, tiene un brillo cortante y frio, hay en su aparente inmovilidad esa quietud horizontal que parece enviarnos la invisible radiación de una vida, al mirar hacia la extremidad más distante la laguna parece que se hunde como un puñal entre las rocas, mordiendo la carne viva de la piedra, para más allá reflejar la coloración oscura del cerro que adquiere una sombría profundidad, las aguas parecen envolver el perfil de las lomas y sus oxidaciones color de amatista tan próximos, creo que no es exacto decir que el agua copia el paisaje circundante, no no lo copia lo transfigura al reflejarlo, por eso parece difícil describir la impresión que una sombra, una nube, un árbol, una persona, producen al reflejarse en el lago, porque parece que flotaran y se curvaran con las ondulaciones que el viento imprime en la superficie, penetrando a lo hondo e irradiando su mágica y oscura influencia.
Entonces sin saber porque se siente que toda esa fría inmovilidad es también una vida, una vida fuerte, dura, desdeñosa, cuyo secreto solo la laguna conoce y lo calla; hay un mito que revela el profundo sentido con que los antiguos Incas sentían, percibían e interpretaban la vida de lo inanimado, decían que Huiracocha el creador del mundo, emergió del lago en tinieblas, de esta suerte la noche y el agua son como el seno materno, primordial donde brotan la luz y la existencia; este inmenso lago suele tener palpitaciones breves, coronadas por la espuma de sus aguas, que se hacen y se deshacen sin turbar la inmovilidad de las capas profundas, como las de un fluido arcano, este paisaje tiene algo de irreal, porque lo que veo no son cosas sino imágenes, es decir presencias, formas que valen por sí mismas, que nos encantan como una poesía o como la música.
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