Necesito la fuerza del castigo
que consuela en los sollozos,
para querer olvidar los adoquines
que maldecían nuestro apresurado caminar,
escupiendo sobre nuestros zapatos el agua
que en su asechada espera ocultaban.
Necesito la fuerza del castigo
que consuela en los sollozos,
para no recordar el frío paralizante
de estar sentado sobre retorcidos maderos,
testigos de un esperado encuentro
en una clara noche de invierno.
Necesito la fuerza del castigo
que consuela en los sollozos,
para olvidar el calor sofocante
de tardes de encierro confinadas en la confianza
de la dulce embriaguez compartida
en salados llantos sin sentido.
Ya no son mas míos esos momentos
indescifrables para quien no los sintió.
Frases intercambiadas en una lengua muerta,
de un lenguaje de emociones creado para dos.
Que se desgrana y se destruye a cada instante,
condenándonos a conservar el silencio intacto.
Ya no son mas míos los sitios,
desde donde no podré más
repetir los cuadros en miradas
que de enamorado pintor alzaba,
ni rescatar los instantes vividos
de entre los olores sepultados.
Olores hostigantes, olores pesados
de una descompuesta realidad sumergida
en sueños de perfumes suavizados,
dormidos a sensaciones incumplidas.
Ya no puedo pasar por tu cuerpo
borrando con amorosas atenciones
las huellas que dejaba en tu alma.
Guardo la esperanza que no quedó hoja
sobre el suelo que no debía ser pisada,
ni sonrisa que no haya sido respondida,
ni palabra que no haya sido escuchada.
Por seguro siento que parte de mi alma
continuará vagando por aquellos sitios,
esperanzada, alegre, alerta a tu silueta.
Ignorante que una parte de ella se retuerce
sofocada en mi pecho ahogándose.
Intentando destrozar desesperada
las amarras que la ataron al olvido.
Perdiendo en cada agotador intento
el sentido de su interminable lucha.
Quisiera poder vivir hasta el día
en que nos sentemos a la mesa,
y no reciba quejas por la cobardía
de dejar atrás nuestras sábanas.
En que me recibas como antes,
con el alma cerrada al despecho
para dejarme caer en tus brazos.
Quisiera poder vivir hasta el día
en que nos sentemos a la mesa,
y llorar junto a ti desconsolado
inundando de lágrimas las tasas,
del perdón de un pasado esquivo
de malos tiempos a destiempos,
para beberlas entre dulces sonrisas. |