Luego de esa noche nos sentaron a una pareja de homosexuales, muy divertidos, uno estaba con su cámara de fotografiar, colgada de su cuello, todo el tiempo, y el otro tenía Boucher para beber cerveza, así que no me dormía hasta las 22 hs.
Amalia se la pasaba bailando en los puentes 8 y 9, y volvía a las 4 de la madrugada, mientras yo yacía en mis dulces sueños. Amalia llego a recibir un pequeño trofeo por ser la Reina del Baile, título que merecía en toda su extensión.
Por mi parte, me levantaba temprano, recorría el lugar casi desierto, de personas ululando por allí, me daban el pasaporte para salir del crucero y subir al otro barquito, donde solo cabían 30 personas, que nos llevaría a otro destino inimaginable, pero eso si placentero y celestial.
Cierto día fuimos a un lugar en Brasil cuyas aguas eran tan cristalinas que nos veíamos los pies, tan cálida y perfecta, que hasta que no se nos arrugaron los dedos no salimos del agua.
Por supuesto yo llevaba la mochila en la espalda, porque Amalia pesa mojada apenas 40 kg, y no podía llevar peso.
Al subir al bote que nos trasladaba a ese lugar tan bello, tropecé y el barquero tuvo que sostenerme de la mochila, justamente porque pesaba mucho, y provocando la risa de todos menos la mía.
(Continuara)
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