El viaje en crucero resulto paradisiaco. Un shopping gigante con gente culta aristocrática, pero no tanto.
Cada uno es en un crucero como es en la vida real, sin tapujos. En la cola para tomar agua, que es gratis, todos se codean, a ver si alguien osa colarse.
Los mozos que son todos africanos, y mozambiqueños, amén de alguna puertorriqueña, tienen que soportar atrocidades vejatorias, ausentes de amabilidad total.
Cierta noche estábamos con Amalia cenando, en el restaurante vip, con personas totalmente desconocidas, a las cuales hay que hablares por cortesía nomas. La paraguaya con el hijo gay, que lo quería casar a toda costa, y el recién divorciado, con los hijos adolescentes, a los cuales les regalo ese viajecito en crucero.
¿Temas a tratar?
Qué lindo el mar, los delfines, que rica la comida a bordo en fin…
Los platos se hacían esperar, uno más rico que el otro, Deglutir es una delicia para mí, que he sufrido años de penuria alimenticia.
Llegaron los postres, y mis ojos se estaban cerrando, sabía que en cualquier momento asentiría con la cabeza lo que dijera cualquiera de la mesa redonda en cuestión, y cerraría los ojos. Pero no, me estuve estoica, hasta que me despierto en mi camarote a las 6 de la mañana como siempre. ¿Que paso?
Me conto Amalia, que en cierto momento me levante, tome mi bolsito pequeñito y salí caminando del restaurante Vip como si nada, sin decir agua va, pero con paso rápido y apurado.
Los comensales me miraron salir e inquirieron a Amalia el motivo de mí huida.
Ella solo aino a decir, es así, furiosa e iracunda y todos se rieron.

La noche siguiente ya no estaba la paraguaya en nuestra mesa ni el divorciado con los hijos, que lastima porque ya habíamos comenzado a hablar de algo más interesante.