Por Jazbel Kamsky.
EL AJEDREZ ES VIDA.
Cogí aquel viejo periódico a mis cortos seis años de edad, sus páginas centrales me invitaban a recortar las piezas de un juego extraño a mis ojos, ahora, después de treinta y tres años, no me imagino un mejor primer encuentro con el ajedrez, pegué las piezas en cartón cartulina, y después de leer el reglamento, sin saberlo, me involucré poco a poco en un proceso que me cambiaría la perspectiva de ver la vida más adelante.
¿Con qué ficha te sientes más identificado? –me preguntó un familiar--. El caballo –le respondí--, mientras recordaba la emoción embargada la primera vez que gané una partida con el famoso mate Philidor, donde el caballo, cual verdugo, terminaba dando mate con una bellísima combinación de cinco jugadas, incluido el sacrificio de la ficha más valiosa del tablero, la dama.
Lejos de ser tan sólo un juego, el ajedrez, me enseñó la esencia de ser humano, la libertad. No la clase de libertad que nos hace libertinos, de hacer lo que queramos cuando lo deseamos, sino la libertad basada en asumir la responsabilidad de mis propias decisiones, a pesar de lo mal que me sentí a veces por las consecuencias de las mismas. Sobre todo, cuando perdía una partida ganada, una forma de expresar la mala decisión tomada teniendo en consideración muchas otras jugadas capaces de llevarte a la victoria.
La vida al igual que una partida de ajedrez, avanza jugada tras jugada, teniendo un límite de tiempo para ejecutarlas, así como, las estrategias que se plantean no sólo dependen de la experiencia que se tenga en una determinada apertura, sino de la percepción atribuida al momento de decidir aplicarla. En este sentido, habrá momentos donde elijamos complicar la escena dibujada en las sesenta y cuatro casillas del tablero, en busca de incentivar la producción de errores en el contrincante, como otros tantos, en las que deseemos simplificar el juego con intenciones de llegar pronto a un final favorable.
No creo haber recibido mejor lección que la aprendida durante estos treinta y tres años, en los que me involucré con el mundo de los trebejos, a aquellos amigos que conocí en este trayecto, les agradezco por formar parte de mi vida, por darme la oportunidad de conocerlos tal cual son, sacando muchas veces a relucir en las reñidas partidas de ajedrez al pequeño niño que llevamos dentro, destacando lo más relevante del juego del caissa en comparación con la vida, el disfrutar del proceso mágico de la partida de ajedrez hasta el último momento de la misma, sin importar cual sea el resultado final. |