Cerré el grifo de la ducha e inmediatamente busqué a tientas la toalla. Cuál sería mi extrañez cuando sentí que aquella primera prenda del día se convertía en un aspero papel de lija, tan acostumbrado que estaba yo a su sedosa suavidad. Decidí esperar a que el agua se secara sobre mi piel.
El asunto se tornó mas complejo cuando intenté ponerme mi camisa de seda azul, un manto de espinas me hubiese provocado menor sufrimiento. Procedí entonces a verificar mi piel. No había llagas, no dolía al tacto, me recosté contra las paredes y no experimenté situación de dolor alguna. La ropa.
Había que asistir a clase de todos modos así que me llené de valentía, me despojé de la verguenza, me vestí de coraje y a la carga. El vecindario, por fortuna, estaba tan deshabitado como siempre y eran realmente pocos los transeuntes que había a esa hora. Sin embargo, no faltaron los ojos desorbitados y los rostros desencajados. Incluso hubo una mordedura de labio por parte de una jovencita que caminaba de regreso a su casa llevando lo que supuse sería el desayuno. Aunque debo admitir que me sentí alagado decidí usar mi libreta de apuntes para tapar mis miserias.
Ya estaba cerca. Una calle mas y llegaría a la entrada de la universidad. El enorme grupo de estudiantes llegando a su clase de 6 de la mañana representaba la primera prueba de mi coraje ante la situación. Hubo comentarios, cuchicheos, miradas de pudor, de envidia, de burla, de extrañeza, y hasta me atrevería a pensar que hubo una de deseo.
Cuando entré al salon de clase el bullicio fue tal que incluso llegué a sonrojarme, con lo que aumentaron aún mas las risas y los cuchicheos. El profesor me miraba con cara de pocos amigos y ante su inquisidora mirada no tuve otra opción que poner la cara mas seria que traía y decirle la verdad: "Es un experimento de sociología, profesor". Al ver la expresión de mi rostro asintió complacido y ordenó silencio.
Mantuve mi expresión de seriedad y la clase transcurrió con asombrosa normalidad. Al salir, cometí el error de sonreir ante el comentario de un amigo y bastó solo eso para que llovieran sobre mi nuevamente las miradas, empezaran los cuchicheos y los rostros se mostraran de nuevo obsenamente sorprendidos.
La mañana estuvo plagada situaciones extrañas. Mientras mas apenado pareciera, mas se reían mis compañeros de alma mater. Mientras que cuando adoptaba una apariencia seria e indiferente, estos parecían no darse cuenta de mi desnudez.
Cierto amigo mio, con dudosas tendencias politicas me mostraba un pasamontañas que le habían regalado. Me abstuve de preguntarle el uso que pensaba darle y fui directo al grano. Prestamelo, le dije. Sin mas ni mas, me lo encasqueté en la cabeza y lo desenrrollé cual preservativo lanudo.
Fin. Se acabaron las miradas raras, los cambios de actitud por parte de los compañeros, trabajadores y demás. Finalizadas las clases del día regresé a casa asombrado ante la indiferencia de los vecinos.
No se si la ropa ya me ha dejado de molestar, pero, realmente, poco me importa que así sea. Total, todos los pasamontañas que he adquirido en los últimos dos años son mas fáciles de lavar que cualquier otra prenda que haya usado antes. |