En el parque, a la sombra de un árbol, cerca de la fuente, se eleva en su pedestal la musa , una escultura bellísima tallada en mármol.Luce una silueta perfecta en escorzo suave, solo tapada su desnudez por un tul o muselina ondeada en la parte baja.
Los cabellos , en un recogido, permiten gozar de la gracilidad de su cuello de nácar.Los labios , carnosos, incitan al beso y parecen musitar una queja; pero no: las musas son mudas.
Las musas no hablan. Las musas no sienten. Las musas no besan. Las musas no se enamoran.
- Calla y posa. Solo me interesa la belleza- parece decirle el artista.
Y una lágrima asoma al rostro de la estatua, evidenciando su condición de mujer solapada en mármol. Y un corazón palpita mortecino bajo el tul de la musa, cada vez menos mujer, más piedra...
El gorjeo de los pájaros reanima la escena.