La condena social estaba garantizada. Javier revisó la habitación, giró lentamente la cabeza, se reflejó en el espejo de la cómoda, su cara y brazos ensangrentados no alcanzaban para descibir la escena.
Evitó mirar los cuerpos tendidos en la cama.
La resistencia del fósforo contra la superficie áspera le llamó la atención, primero un chispazo tenue y luego la llama contrastando con el claro oscuro del ambiente. Encendió el cigarrillo indiferente, tomó dos bocanadas y lo aplastó contra el piso.
Ajustó el echarpe al cuello, necesitaba desesperadamente salir de la casa.
La vuelta a la manzana se hizo interminable. El rostro hundido en la capucha para no mirar las miradas.
Cuando llegó a la puerta amagó entrar nuevamente pero un chispazo de la escena abandonada lo frenó. Agachó la cabeza y decidió no volver jamás.
El segundero de la sala central de ómnibus parecía detenido. Intentó relajarse pero el murmullo permanente y el llamado de las partidas no se lo permitió.
El ronroneo del motor del micro lo llenó de ansiedad, instintivamente miró a través del pasillo, la sonrisa de una niña con una muñeca en brazos lo tranquilizó.
Al dejar atrás Tartagal su rostro cansado no podía disimular su ansiedad.
La noticia recorrió la ciudad como un relámpago, la gran avenida estaba cortada por la cantidad de medios que se habían acercado al lugar.
Una nube de cámaras y micrófonos se abalanzó sobre el comisario apenas puso un pié fuera de la casa.
- Aún no podemos decir nada, estamos investigando, dijo parcamente ante la requisitoria de la nube.
- ¿Los niños estaban en la casa?, preguntó la rubia del canal sensacionalista.
- No puedo adelantar absolutamente nada, todo está bajo secretro de sumario, nada más, buenos días.
El inspector se dirigió raudamente al patrullero, le pidió al chofer que se apure y apenas se alejó del lugar profirió un grito sordo, nunca en 27 años de carrera había visto nada igual. En su bolsillo derecho descansaba la esquela que había encontrado en la cómoda de la habitación. La buscó y a través del plástico protector la leyó nuevamente :
“Búsquenme, por favor” decía escuetamente y un garabato que firmaba aclaraba : “Emanuel, esposo y padre de las criaturas”.
A medida que pasaban los días se iban develando los detalles de la escena macabra que había encontrado la policía.La búsqueda se extendió a todo el país con resultados negativos.
Emanuel había huido al sur, durante meses convivió con alimañas, piedras y el viento helado.
Una mañana recordó todo, elevó un alarido y trató de justificar lo injustificable.
Deambuló todo el día sin cesar, las heridas en sus talones ya no le hacían mella.
Al anochecer se sentó en una piedra, sorbió un poco de agua del arroyuelo, cerró los ojos por un instante y encendió por primera vez su celular que aún tenía manchas resecas de sangre..
- 911, ¿cual es la emergencia?.
- Tengo datos de la masacre de la Avenida Udaondo, Ud. sabe..
- Su nombre por favor, dijo la voz lejana
- No importa, escúcheme
- Necesito su nombre, replicó la voz alámbrica
- No tiene sentido, adiós
Habló con Dios y con su padre. Lloró y suplicó. Buscó el cielo y abrazó el infierno.
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