Raúl abrió la puerta, llevaba el torso descubierto y una lata de cerveza en la diestra. El sol comenzaba a calentar. Al ver a Susana de inmediato vociferó:

--¿Qué haces aquí… Lo ves? Te dije que volverías. Te lo advertí, sabía que vendrías arrastrándote para pedirme perdón. Ahora tendrás que aceptar mis condiciones si quieres regresar, y la primera es que…

-- No cambias, lamento desilusionarte... si he venido hasta aquí sólo ha sido para llevarme a Pelusita. No ha sido justo para ella dejarla contigo.

Al escuchar la voz de Susana, la pequeña Australian Silky Terrier saltó del rincón en que había permanecido, triste y sin comer. Movía la cola y ladraba alegremente cuando corría al encuentro de su querida ama.

--Mi pequeña, ven con mamá… Mira que descuidada estás. Perdóname mi bebe…

--No te la vas a llevar, no tienes derecho…

Cuando Raúl intentó tomar a Pelusita en sus brazos, la pequeña enseñó los colmillos con la expresión más amenazante que jamás había mostrado. Él saltó hacia atrás de manera instintiva.

Las ramas de los árboles se mecían al compás de suave briza cuando Susana se alejaba con Pelusita saltando alegre a su lado. Raúl miraba la soledad a su alrededor.



*Cancún, costa mexicana del Caribe.