Mis dientes titiritaban y mi cuerpo temblaba, mientras mis ojos asombrados contemplaban aquella obra de arte representada por lluvia, truenos y rayos. En mis huesos podía sentir aquel amor que solo los días lluviosos despertaban en mi y muy difícil pero asertivamente de mi boca sobresalía una pequeña sonrisa.
El petricor me arrastraba a nostálgicos recuerdos. En mi cabeza se reproducían una y otra vez nombres, canciones, imágenes, miradas y sonrisas, algunas que aceptaba felizmente y otras… causaban una sensación agridulce.
Lo curioso es que cuando acabó la lluvia desperté sin haber dormido y me pregunté si valió la pena soñar. Pero, aquí estaré... en esta silla frente al ventanal esperando la próxima sinfonía que me pueda regalar.
Adrimar.