Recuerdo cómo se gestó en mí, de pequeña, el sentimiento de envidia sana.
Babeaba yo, una manazas, cuando contemplaba con qué facilidad, en la escuela , mi amiga Macu dibujaba un ratoncillo de rabo rizado. Me encantaba cómo sin esfuerzo iba trazando los perfiles del animalillo, mientras yo sudaba tinta para dar vida a cualquier cosa.
Siempre fui el azote de mis profes de dibujo, así como siempre tuve una extraordinaria capacidad para el lenguaje.
A duras penas le dibujaba a mi hija animales y princesas que copiaba de los libros.
- Mami, ¡ qué fea te ha salido Cenicienta! Parece una bruja- me dijo en una ocasión, no falta de razón.
Hoy , precisamente, les decía a mis alumnos que la clave del éxito en la vida está en descubrir el don o dones que todos tenemos. Les hablaba del concepto de inteligencias múltiples y les alentaba a no desanimarse ante los fracasos pues pocos son los privilegiados que todo lo hacen bien.
Les ejemplifiqué con mi propia historia, contándoles mi recuerdo con aquel primoroso ratoncito de rabo rizado.
En el recreo, en cambio, tenía la oportunidad de la revancha , observando cómo mis amiguitas me escuchaban embelesadas mi cháchara imaginativa y apalabrada.
Y es que yo solo sabía dibujar con palabras.