Ayer pasaba por una improvisada feria del libro y observé que los únicos libros que valían la pena, eran los usados. Esto no tiene que ver con aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, sino con que el resto de los libros que ahí vendían pertenecían a dos subespecies: los pirata y los desechables.
México es un país en donde se puede conseguir casi cualquier artículo en versión pirata. Desde calzado, ropa, bolsas, cinturones y joyería hasta medicinas, vinos y licores. No por nada somos el cuarto lugar mundial en piratería de música, películas, videojuegos y software. Lo que llama la atención es que en un país de no lectores, incluso haya libros piratas. El problema de la piratería en cualquier artículo, afecta la cadena productiva. En particular la falsificación de libros, perjudica enormemente a las editoriales. El Presidente del Consejo de Editoriales en México, mencionaba que un libro subsidia a otros nueve. Es decir, de cada diez libros sólo uno se considera un éxito comercial y los otros nueve se publican “al amparo” de ese que sí funciona. Los que reproducen libros fuera de la industria editorial evidentemente sólo copian el libro que tiene éxito, por lo que por cada publicación están afectando nueve creaciones más.
Otro aspecto negativo respecto a los libros piratas, es que no hacen accesible la lectura al público, pues la diferencia de precios entre el pirata y el original, no va más allá de un quince por ciento. Por ejemplo, en el caso de los discos de música, mientras el original cuesta doscientos pesos, el pirata puede llegar a costar diez pesos.
Los libros pirata se expenden envueltos en bolsas de plásticos “pa’ protegerlos del polvo” dice el vendedor. En realidad se venden así porque cuando los abres, te das cuenta que el papel tiene gramaje de cebolla, que a veces viene mal encuadernado o mal impreso. Y cómo jode un libro mal impreso porque además tienen el mal tino de fallar justo en la parte más interesante. En el cha cha chaaaan del libro, Zaz… una hoja en blanco.
Respecto a los libros desechables, vemos gran cantidad de títulos: “Bella en veinte días sin dietas ni ejercicios” (la verdad, este me tentó, ja); “Hipnotismo: El poder de su mente” (Kalimán tenía razón en aquello de “Quien domina la mente lo domina todo”); “Veinte poemas de amor para enamorar una dama” (Si nos pueden compendiar lo más cursi de Bécquer y de Neruda, para qué nos molestamos en leer sus obras completas, y claro, la poesía tiene como fin enamorar “damas”); “100 posiciones sexuales” (Refrito del kamasutra que no incluye pomada para las articulaciones); “El poder de la oratoria” (Construcción arcaica de discursos que hoy sólo provocan sorna). Por supuesto a esta lista se suman un alud de libros de autoayuda para ser más feliz, un triunfador, un hombre de éxito, una mujer convincente, un alto ejecutivo y un largo etcétera. También encontramos libros del Pentapichichi, de Pelé, tácticas del fútbol, leyendas de la NBA y junto a estos deportes, cientos de libros ilustrados sobre el ejercicio físico más placentero: el sexo.
Así es la realidad: Estos son los libros que más se venden en nuestro país y que además provocan que la gente diga que sí lee. Porque estrictamente sí se está leyendo cuando se pasan los ojos por un letrero que dice: “Precaución”, por la etiqueta de un champú (siempre me he preguntado porqué todos tienen Lauril sulfato de sodio) o por un libro que contiene los secretos para convencer a las mujeres de tener sexo ocasional.
Leer es reflexionar, pensar, comprender. Leer es también descubrir cosas que nos lleven más allá de la obviedad.
Revolviendo entre los libros viejos de la feria, me encontré con cosas interesantes a precios muy, muy bajos. Es lo mejor de los libros, que son inagotables por más que se lean. Salvo en el caso de los piratas, que son tan malos que se rompen, o de los desechables que sólo contribuyen a empequeñecer las mentes.
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