Dentro del flujo de los dedos y fuera de la vista con la que escribo estas palabras reflejadas a la pantalla de un teléfono, escucho la fuerza con la que el calor atraviesa las murallas de la memoria dando paso al torrente de los pensamientos que se acercan al borde máximo del acantilado de la experiencia y los recuerdos.

Haciendo ecos que rebotan a través de los campos de la ira y la tristeza convertidos en llamas que queman los prados y los valles que se divisan a lo largo de las montañas llenas de risas y por donde bajan los ríos fingidos de escarcha hacia la costa, dando al mar esa forma que también posee el cantar tu nombre frente al viento del océano y las olas.

Dibujo luces a los costados de una playa haciendo marcos para colgar dentro de mi casa. Pinto escenas sacadas de la vanguardia de los mejores cielos y nubes transformándose en cascadas. Camino por el puente que une la línea de mis anteojos viejos y la costura de tus vestimentas sagradas. Finalmente es hora de volver a casa y no puedo aún encontrar el consuelo para dejar las imágenes y formas que de alguna manera van amarradas al horizonte.