Benjamín tiene 8 años y llega a terapia por frustrarse muy seguido y por no poder defecar. Los médicos ya han descartado todas las potenciales enfermedades y le han derivado a psicólogo, sospechando que la causa estaría en algún problema mental o emocional.
Hace dos años, perdió a su abuela, ella era como su madre para él, y en la familia nadie habla del tema, porque "la vida debe continuar". Todos se guardan el dolor de la pérdida.
En terapia se aborda el recuerdo de la abuela, con la familia se habló abiertamente del dolor, de la pérdida, de la pena. Todos hablan de eso, incluido Benjamín, y todos "sueltan" lo que guardaban. Cada uno dice irse aliviado y "con un peso menos". Benjamín comenta que además se va contento.
A la siguiente sesión, Benjamín llega feliz, contándome que ya ha ido cuatro veces al baño en cuatro días. ¡Él está muy contento!: "yo pensaba que mejor lo sacaba, y lo saqué".
Le muestro la coincidencia entre soltar la pena y soltar la caca. Él asiente y me cuenta que ya no se frustra, que "antes lo hacía por no poder hacer caquita", y que ahora tampoco está más triste.
Mientras jugamos, se le escapan pedos, Benjamín muy relajado, me pregunta: "no le importa, ¿cierto? es que ya no me quiero guardar nada". |