Horribles fueron las palabras que nos dijimos aquella noche, septiembre creo... el fin del mundo fue en septiembre, no recuerdo bien como empezó (acabó), quizás decidimos simplemente romper el protocolo de un amor diplomático, lanzarnos como tantas otras veces a ese abismo rutinario y caduco, creyendo a ciegas en el extraño milagro perenne que siempre nos salvaba, al que jamás hicimos preguntas, al que veíamos desfallecer entre cómplices carcajadas cuando decidíamos huir.
Horrible fue vislumbrar la infinita tristeza pre-otoñal de tus ojos, o quizás de los míos reflejados en los tuyos, porque jamás fui capaz de hacer esa distinción, cuando cansados de correr hicimos un alto en el camino y los dos nos encontramos solos, vacíos, extraños, como dos rivales en plena maratón... la soledad del corredor de fondo, aguantando la pesada, ahora ya insoportable, carga de la fragilidad.
Horribles fueron esos últimos besos cargados de compasión, de incomprensión, de no quiero (puedo) volver a verte, de hielo perpetúo, intransigente y tenaz ante el efecto del primer rayo de sol que se colaba por tu ventana y que hoy ya no producía los mismos destellos primaverales al impactar sobre sobre tu cara, tus pechos, tus libros esparcidos anárquicamente sobre la mesa, que ya sólo creaba sombras.
Horrible fue esa última noche de amor, de amor sin amor, de amar un recuerdo que ya estaba acomodado en mi boca como el sabor de una almendra amarga, que al final desaparece pero que siempre vuelve cuando menos lo esperas, evocando un pasado tan reciente como lejano, ambiguo e infinito.
Horrible fue el amanecer, abrazando un fantasma, como un primer despertar carcelario con 99 años y 1 día de soledad por delante... |