De aquí hasta que me venza el sueño vaciaré en esta blanca hoja de papel las imágenes que de ti me llegan. Son tantas y tan locas, que se me escapan por entre las nubes de la imagen que de ti tengo, algo borrosa y etérea, bastante lejana y lo suficientemente presente como para que entre tantos números y personas, siempre aparezcas tu, serena y callada como acostumbras.
Me deleito escuchando tu silencio, imaginando que dices eso que nunca me dices, eso que nunca me dirás y que duele como dos o como tres fuertes golpes en el pecho. Pasa el tiempo, y ahora te escucho claramente, callando de nuevo, diciendo esas cosas que ya has dicho en otras ocasiones y que ahora tampoco quiero oír. Y no es que no me interesen del todo, es sólo que tenemos tan poco tiempo, que no lo quiero gastar repitiendo el pasado que ya no nos pertenece.
Estamos juntos de nuevo, y repetimos una y otra vez nuestra historia. Ya no duele tanto es cierto. Ahora es sólo como una de esas películas que no te hacen llorar, y que tampoco te dejan una sensación de alegría al terminar. Somos un apenado “pudo haber sido”, un doloroso “no es” y un sencillo “parece que no será”.
Ni somos, ni no somos… que fuimos, después de todo?
Me vence la melancolía antes que el sueño. Me retiro sintiendo que he perdido la partida. Cuéntame algún día si fuiste tú quien la gano, eso al menos habría valido la pena. |