Autoria Martilu
Texto modificado ( Gracias Ninive)
Tributo a Fernando Peña
Si me dieran a elegir un bocado antes de ir al cadalso, elegiría sin duda ostiones a los cuatro quesos.
Todo comenzó con una salida de a tres.
Siempre es sabido que tres son multitud o un trío y que cuatro son dos parejas.
Bebimos café en La Perla.
Escuche a Sofía que tuvo un desperfecto con el colectivo en Castelar pero se entretuvo leyendo a Gabriel García Márquez, durante el viaje.
Después se encontraron con Amado y salieron del auto a saludarlo, mientras yo me quedaba adentro, pensando lo cosmopolita que son los Pérez Camargo
Y otra vuelta a la Confitería. Otro café, dos cortados y una larga noche para sobrellevar el show de Fernando Peña. Uno de sus últimos…
Abrieron el restaurante a las 21,30. Comenzamos con chop suey con salmón rosado. Alberto pidió una copiosa ensalada verde con tonalidad bordeaux, lechuga arrepollada, aceitunas negras, berenjenas en escabeche.
Los temas tratados fueron variados así como los manjares.
El proyecto del viaje a Italia y que si Alberto no tomaban ninguna decisión hacia la de Poncio Pilatos.
Por mi parte opinaba que tenemos que enfrentar el desafío del temor a lo desconocido, porque si no nunca sabremos lo que nos hubiera deparado el destino. Claro que opinar de la boca para afuera es fácil porque la que viajaba era,
ella dejando una caterva de hijos y padres en delirante ambiente diletante.
Íbamos a ver a Peña con su obra “El Niño Muerto”
Llegamos exhaustos al teatro, todo el viaje mirando el celular todos y cada uno cada cuatro segundos. Al finalizar la cena pidieron un Chandon que bebí en copa ancha. Y eso que a mí el champagne no me gusta.
El complejo la Plaza es muy laberintico. Tiene callejuelas, un anfiteatro, locales y una confitería vitreada, con de un baño nauseabundo en el subsuelo.
Al subir en el ascensor los tres, Sofía Alberto y yo no sospechamos lo que ocurriría después. Idas y venidas que te dije y que vos no me contestaste, y algunos insultos e improperios entre los cónyuges, que hacían que yo mirara hondamente al espejo del ascensor para desaparecer por la puerta de Alicia.
Al teatro entramos después de los cuatrocientos espectadores porque Alberto era el que tenía las entradas y luego de que tocara en el ascensor todos los botoncitos, fruto del Champagne Chandon, que nos habíamos bebido, habíamos descendido al subsuelo
El telón se abrió y a mí me dio alegría ver a Ronnie Arias como maestro de ceremonias, a Peña como sor Juana Inés de la concha consagrando al bebe homosexual y colgándole un feto, atado con un alfiler del habito con un gancho... Siguió su nacimiento por un telón negro con una vaina roja de labios mayores por la cual emergió pariéndose y las enfermeras que lo querían sacar y el que quería entrar y ellas que lo querían sacar de los pies. Por fin salió cantando... Soy un niño muerto con un cordón umbilical que no paraba nunca de salir. Sus padres vieron que su andar era muy felino seduciendo y succionando su chupete ávidamente, su icono futuro de felación. La que escuchaba a Peña era yo así que lo conocía en su infinidad de personales a los cuales les daba vida propia como un caleidoscopio de su propia imagen especular.
Me toco pasillo. Ya en su anterior espectáculo al que asistí se metía con el público así que eso me exponía con un poco de pudor.
Fernando se dirigió a su auditorio, a los de la primera fila aludiendo que tenían el escenario la altura de la nariz y que vender esas primeras filas era todo un augurio para ellos, los valientes.
Yo en séptima fila transpiraba. Durante una hora y media en una sala de terapia intensiva, donde transcurría la obra de teatro, goce cada uno de los diálogos y los monólogos.
Termino el espectáculo y ¿qué fue lo que paso? Nos perdimos de nuevo.
El esperando en Montevideo y Sarmiento y yo bajando con Sofía por las escaleras. Peña había susurrado en cierta parte que el que se enoja necesita abrigo y protección justo lo que no hacemos cuando nos enojamos que sería sumergirnos como ostiones en la valva tapados sin asomar la nariz fuera para recibir la caricia anhelada..
Cuando llegamos a nuestro hábitat, les comente lo luminosa que estaba mi calle, es que el intendente estaba de parabienes, a los que los dos contestaron un con gruñido.
Esta fue la última obra que representó Fernando Peña, pero él no sabía que se despedía de su público, que lo ovaciono de pie, como tantas otras veces.
2018-03-27 14:44:28 Todo autor entrega su trabajo a los otros. Cuántos habrá que por pudor se guardan su locura ¿verdad?. Me gustó mucho tu relato, me sumergí en él. Un abrazo, sheisan
2018-03-27 14:31:47 La distancia me impide conocer tan ameno y culto ambiente. Ahora, a través del verbo privilegiado de tu imaginación soy partícipe de ese entorno que hago mío y disfruto. Gracias, eres grande. -ZEPOL
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