Ayer, por primera vez en mi vida, vi un notario con mis propios ojos.
Hasta entonces, cada vez que iba a hacer algún trámite a la notaría, siempre atestada de gente apurada, me encontraba con una legión de empleadas y empleados tipeando documentos, sumergiéndose en enormes y vetustos libros de registros o tratando de dar explicaciones medianamente comprensibles a algún ciudadano sobrepasado por la burocracia leguleya.
Ellas y ellos entran y salen de una oficina que siempre se mantiene con la puerta cerrada, la que presumo es la Oficinadelnotario. El notario nunca sale.
Llegué a pensar que eran una clase de reptilianos exiliados, castigados, que por díscolos habían sido mandatados a sumirse en el más aburrido y espurio de los trabajos…y el mejor pagado, por cierto.
Me los imaginaba desolados, disfrazados con terno y corbata, firma que firma que firma, contando los días para el fin de su ostracismo, agobiados por la nostalgia de volver a manipular humanos con mayor dignidad…
Los humanos aceptamos la autoridad del notario sin nunca verlo. Solo vemos cómo certificados tipo, declaraciones varias, contratos de compraventa entran a la Oficinadelnotario como documentos sin valor -claro, solo están firmados por nosotros- y salen como legítimos instrumentos de poder. Con su firma han sido consagrados a los ojos del mundo.
Yo no sé…
Ayer vi a uno. Esperaba que me entregaran un documento y estaban a punto de cerrar, así que salió del bunker. No era la gran cosa; chileno promedio, cara de aburrido.
Tal vez habría sido mejor encontrarme con el Lagarto Juancho y ya.
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