Era una noche tibia de pocas estrellas: por la carretera de Nonplace, en su Chevrolet 1951 de lustroso marrón, Paul Smith regresaba a casa, después de una agotadora jornada laboral, mientras escuchaba embelesado al gran Frank Sinatra en su hermoso tema “Strangers In The Night”. El final de la canción lo sacó de ese grato trance y su vejiga le advirtió acerca de las tres cervezas que había bebido antes de emprender aquel retorno. Activó las luces de destellos y estacionó su coche aprovechando el ensanche de un recodo del camino.
Mientras un coro de grillos ponía fondo sonoro a su tan placentera emisión, suspiraba cansado: "¡Ah...! Me restan unos pocos kilómetros de aguante… y por fin… estaré en casita...”
De pronto, el sonido de unos pasos que hollaban el reseco pastizal cercano y el titilar de las luces intermitentes del Chevrolet, delataban en la oscuridad la imagen difusa de una hermosa mujer, ya madura: iba descalza, vestía sólo una bata de color pálido como toda ella:
- ¿Me lleva, por favor?
El hombre muy sorprendido e inquieto, respondió vacilante:
- ¿Hasta… dónde?
- Hasta donde quiera. Dijo ella.
- ¡Bien... suba!
Paul, reiniciando su viaje, quiso satisfacer la curiosidad que le causaba ese (para él) inexplicable encuentro, e inquirió:
- ¿Cómo se llama?
- No tengo nombre.- Respondió la extraña.
Ahora, contrariado por la respuesta, Paul continuó su interrogatorio:
- ¿Cómo llegó hasta allí desde donde la traigo?
- Me asaltaron y robaron mi auto.
- Pero, al parecer, usted está ilesa.- observó el varón.
Súbitamente la mujer dio un inesperado y brioso inpulso y cayó sobre el que conducía, arañándole con furia la cara; vociferando palabrotas, muy descontrolada, le gritaba:
¡ESTE ES MI COCHE! ¡DEVUÉLVEMELO... MALDITO! ¡DEVUÉLVEMELO!
Paul, apenas controlando a la mujer y al automóvil, frenó bruscamente, sacó las llaves de la chapa de contacto y, acto seguido, arrastró rabioso a su agresora hasta dejarle sentada sobre la berma. Logrado esto, muy indignado, abordó su carro y abandonó el lugar.
Un kilómetro más adelante, pasó a una hostería a lavar su cara ensangrentada por los arañazos que le había infligido en ese sorpresivo ataque aquella misteriosa fémina. Luego, aún con su temple muy alterado, a gran velocidad, reemprendió su accidentado regreso.
Iba muy perturbado analizando el extraño suceso que le tenía tal mal, cuando desde la oscura calazada apareció, intempestiva, temeraria y persistente, su ya conocida atacante. Corría ciega de ira, gritando enajenada, con los brazos en alto y los ojos desorbitados, al encuentro del coche de Paul.
Cuando llegó la policía, el cadáver de la suicida, laxo cual un gran trapo bañado en sangre, pendía pegado al capó.
Un sargento iluminó con su linterna el rostro de la muerta y concluyó:
- Era la señora Carter... No pudimos disuadirle para que abandonara su obseción. Solía aventurarse deambulando y trasnochando en la carretera… siempre supe que algún día le sucedería algo así como esto…
- Hace un par de años le habían asaltado y golpeado en la cabeza para robarle su auto. Ella persistía en la esperanza de recuperarlo... Nunca pudo superar la psicopatía que le produjo ese nefasto delito...
-Era un Chevrolet 1951, de color marrón, idéntico a éste.
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