Junio de 1985, cuando la Argentina estaba en el auge de la primavera alfonsinista, del Plan Austral y la selección nacional disputaba las eliminatorias para clasificar al Mundial de México…
El protagonista de nuestro relato es un joven que en aquellos tiempos ya había pasado los treinta años… su nombre era Carlos Calvo. Como la calle que atraviesa los barrios porteños de San Telmo, Constitución, San Cristobal y Boedo. Tocayo de un famoso actor de gran éxito en la TV de aquellos años. El parecido físico de Carlos Calvo con Carlos Calvo era asombroso. Eran muy parecidos, aunque nuestro Carlos Calvo era algo más alto (1,87 m) y muy patón (calza 46).
La vida de Carlos Calvo podría haber sido la rutinaria vida de un trabajador con mujer e hijos, nada diferente para contar. El tema es que a Carlos le gustaba el juego, y por el juego, tenía enormes deudas…
Esa era la perdición de Carlos: el juego. Ocurrió entonces que una mañana cuando Carlos se dirigía al trabajo, dos hombres lo interceptaron y lo metieron dentro de un auto:
- Carlos, lo siento mucho, pero Don Crapulone quiere verte.
- ¿Don Crapulone? Le voy a pagar… necesito…
- Sin explicaciones Carlos, o mejor dicho, eso se lo tendrás que decir a Don Crapulone.
Rato después Carlos estaba ante el capo mafia Don Giovanni Crapulone.
- Nos debes mucho dinero Carlos – le dijo Don Crapulone a Carlos – pero soy muy benevolente, no se como, pero deberás conseguir el monto que nos adeudas. Un mes de plazo. Hoy es 4 de junio. Hasta el 4 de julio. De lo contrario, ya sabés a que atenerte. Se acabó la paciencia.
Carlos estaba realmente desesperado. La cifra era mucha para él, que era un humilde trabajador. Encima ese día llegó tarde a la oficina. Su jefe, un hombre de unos 45 años que también se llamaba Carlos y se apellidaba Cazón, lo notó muy nervioso. Lo llamó a su despacho.
- ¿Ocurre algo Carlos? Lo notó muy nervioso, muy distraído, hoy llegó dos horas más tarde.
- Mire Señor Cazón, tengo un problema, una deuda muy importante, por eso estoy nervioso.
- ¿Deuda importante? ¿De qué cifra estamos hablando?
- Dos mil australes.
- ¿Dos mil australes? Por eso no es nada, Carlos…
- Para usted no lo será, yo tengo esposa, hijos, es imposible…
- ¿Y a que se debe la deuda?
- Dígamos que es por el maldito vicio del juego.
- ¿El Juego? Bueno mire Carlos, creo que nada es casualidad, o mejor dicho todo es causalidad, yo lo puedo ayudar. No solo tengo ese dinero, sino que está podría darle algo más.
Carlos escuchaba asombrado eso, de repente, de estar en un problema sin solución y con amenaza de muerte, estaba ante una posibilidad cierta de superarlo…
- Claro que no le saldrá gratis – dijo el señor Cazón.
- Por supuesto, le devolveré el dinero…
- No, Carlos, esto no es un préstamo. Yo le doy el dinero, no le doy dos mil, le doy tres mil, pero a cambio tendrá que realizar un trabajo extra para mí.
- ¿Un trabajo extra?
- Sí…
- Estoy dispuesto a hacer lo que sea…
- El trabajo extra consiste en asesinar a mi esposa…
Carlos reaccionó asombrado ante el ofrecimiento de su jefe. No supo que contestar. De deudor podía convertirse en un asesino. Y no en un asesino cualquiera, sino en un asesino de mujeres.
- Tranquilo Carlos – le dijo el señor Cazón – le doy un par de días para que me conteste. He sido claro. Usted tiene un problema. Y yo también. Pues bien, aquí tenemos una solución que nos puede ayudar a los dos.
Pasó un día, y al día siguiente el señor Cazón recibió la respuesta de Carlos.
- Aceptó señor Cazón – dijo Carlos – no tengo alternativa.
Así fue Carlos Calvo se convirtió en asesino. Cuenta la leyenda que consiguió un enorme cuchillo para cometer el asesinato. También guantes, polera, una chaqueta y hasta un pasamontañas, todo de color negro. Ingresó al departamento del señor Cazón cuando este se encontraba en una cena empresarial, simuló ser un ladrón, sorprendió a la mujer y la apuñaló salvajemente. Fueron unas cuarenta y siete cuchilladas.
Cuando terminó el asesinato, Carlos recordó que en una serie televisiva de aquel entonces, “El Pulpo Negro”, los asesinos tiraban un pulpito a sus víctimas. Carlos entonces, aún con el cuchillo ensangrentado en sus manos, decidió hacer lo mismo…
¿Pero que sería lo que tiraría?
Se fijó todo lo que había alrededor, en la escena del crimen, nada lo convenció para tirarle a su víctima… había muchos adornos, demasiados, Carlos ingresó entonces a la cocina, abrió la heladera, y vió una enorme horma de Queso Holandés en la misma.
- ¿Porqué no? – pensó Carlos – el Queso. El Asesino del Queso.
Siempre con los guantes negros, agarró el Queso, y regresó al lugar donde estaba el cadáver de la mujer. Carlos tiró el Queso sobre la mujer asesinada.
- Queso – dijo en voz alta.
Nacieron así los Quesones, los Carlos asesinos, cuyos crímenes comenzarón a multiplicarse de manera exponencial, sobre todo en la década siguiente, pero esa es otra historia…
Carlos recibió la paga y saldó así la deuda. En los meses y años siguientes siguió asesinando mujeres a veces por encargo, a veces por placer, siempre tirando Quesos. Los crímenes atribuyeron los asesinatos a un asesino serial al que los medios bautizaron como “el Quesón”. Así nacieron los Quesones.
De su mujer se divorció, para involucrarse con Ana, una modista de la alta sociedad. Carlos asesinó a un par de amigas de Ana, hasta que finalmente fue descubierto, juzgado y condenado a Perpetua. Esta historia se inmortalizó en el relato “El Asesino, el Queso y la Dama”, pero esa es otra historia… |