Katherine Helmond, gerontofilia no patológica.
Así versaba el título de mi tesis doctoral hasta que se la comió el perro.
- Diga que se la comió el perro- me aconsejó el decano.

Sea como fuere, era verdad. Katherine Helmond estaba muy buena y ella lo sabía. Lo sabía hasta el punto de hacernos ruborizar a los infantes que acudíamos con fidelidad cuasi religiosa a asomarnos a la pequeña pantalla los domingos por la noche- después de haber cumplido por el pueblo holgadamente nuestra cuota de travesuras. Otros dirán que gamberradas. En este mundo no hay acuerdos y principalmente por cuestiones terminológicas y unos cuantos quítame allí esas pajas, de la más varia índole. Pero no es esto a lo que iba.
El caso es que parecía,a través de aquella mirada cómplice, recriminarnos-lo de las gamberradas. Y, al tiempo que hacía ofrenda floral de su busto( que era como si quisiera decir: sé lo que os gusta), nos llamaba cochinos por estar pensando aquellas cosas con una señora de su edad y condición. Auspiciada por aquellos senos, nos leía el pensamiento.
Por otro lado, la serie era entretenida. Lástima que se me haya fijado sólo en la memoria los poderosos apéndices mamarios de la protagonista de Soap- Enredo en castellano.
Y es que estaba claro. No importaba su edad: era una mujer guapa, esbelta y bien dotada para mater nutricia. No hay perversión, no hay desviación, no hay patología. Aquella belleza de cincuenta años merece una excepción en el capítulo de la Psicología sexual referente a las "filias".