Historia basada en la historia acerca del endemoniado de Gadareno Marcos 5:1-20
Desembarcan 12 hombres, es una mañana tibia y con algo de neblina alrededor sobre la orilla de la playa, la bruma se va despejando, como único sonido solo se escucha el graznido de las gaviotas que revolotean y el murmullo de las olas que llegan y se van; ese sonido va desapareciendo con el caminar del grupo de hombres, ellos van rumbo al pueblo; el panorama se va aclarando con cada paso que dan, en silencio solo caminan a paso firme a través del terreno pedregoso, árido tan típico de la región alrededor del mar de Galilea.
Sus rostros de los visitantes, si bien lucen cansados, pero están sonrientes, es la expresión como cuando se confirma una buena noticia; casi no durmieron, habían pasado toda la noche navegando en su pequeña barca de pescadores, estaban recién recuperándose del gran susto por aquella tormenta de la noche anterior; parecían recién despertados de una pesadilla pero con un final feliz; ahora la corriente los había traído hasta la ribera opuesta del lago, era esta una comarca de gentes que provenían de distintos lugares, era una tierra de personas de toda clase, de razas y de credos distintos; porque por esos lares llegaban viajantes desde el norte hacia el sur, desde el oriente hacia el occidente; cada quien con sus costumbres, cada quien con sus creencias; es a ese pueblo donde se dirige nuestro grupo de amigos, ellos se dirigen al pueblo de Gadara, que está muy cerca al lago pero que es llamado mar de Galilea, en la zona norte de Israel.
Y todo el grupo se va enrumbando hacia la llanura; el paisaje es desolado, desértico, rodeado de colinas que bordean el lago, el sonido del viento se hace más penetrante, más que un silbar de las brisas es como un ulular lúgubre, aquel sonido que parece llevarse las palabras al hablar.
Nuestros personajes van de camino al pueblo de Gadara y de repente se detienen todos, un ruido gutural les ha llamado su atención, más bien diríamos, eran unos gritos desgarradores, seguido de lamentaciones desconsoladas; era un hombre vestido con harapos, semidesnudo, que se sacudía y temblaba, lanzándose al piso, como si alguien o algo lo lanzara contra las rocas, daba saltos incontrolables, vociferando palabras inentendibles, revolcándose entre los sepulcros; era que nuestro grupo se había acercado hasta el viejo cementerio de ese pueblo; era una escena macabra, que producía escalofríos a quien los observara, pues el rostro de esta pobres alma reflejaba delirio y violencia, con sus ojos exorbitados, mostrando muecas estremecedoras, chorreando salivas y esputos entre sus dientes, era un endemoniado.
Todo el grupo de amigos estaban atónitos y asustados, todos menos uno, ellos no habían visto algo semejante; estas escenas solo se daban en las narraciones de los abuelos o en los cuentos de caminantes, que solían contarse entre los viajeros; era la primera vez que presenciaban a dos poseídos por los espíritus malignos. Solo uno de ellos de entre todo el grupo permanecía impasible, sin miedo alguno, él observaba fijamente a este desequilibrado ser, pero para el líder del grupo no había en su mirada temor ni tampoco rencor, pero si mostraba compasión en sus ojos por esos dos pobres desdichados, solo el líder del grupo estaba sereno ante los dos delirantes endemoniados.
En esas llanuras solitarias y áridas, no vive nadie allí, solo están de paso los pastores y labriegos que van cuidando a una piara de cerdos, Gadara por ser tierra de gente de cultos paganos, es decir pueblos con muchos dioses, no tenían problema alguno en criar cerdos, pero a los judíos no les está permitido comer la carne de puerco, por ser un animal inmundo, impuro. Los labriegos encargados de los porcinos se acercaron al grupo de amigos y les comentaron, que ya nadie se atrevía a cruzar por estos lugares, que a ese delirante hombre nadie lo podía controlar; les contaron que se había tratado infructuosamente de asegurarlo con cadenas y grilletes pero tenía una fuerza descomunal, que destrozaba todo intento por retenerlo, hasta se maltrataba el mismo con piedras y golpes, no había poder humano que lo pudiera controlar.
La mañana iba corriendo, la gente empezaba a llegar y arremolinarse en torno al grupo de amigos, cuando sorpresivamente el poseído dio un salto y se presentó ante el líder del grupo de amigos, el poseído se postro con el rostro en tierra, lloriqueando y gimiendo: —¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? —Gritó con fuerza— ¡Te ruego por Dios que no me atormentes!-
Estaba ante la presencia del Hijo del Dios Altísimo, ambos se retorcían y temblaban, sabían ante quien se estaban enfrentando y no podían resistir la luz de su gloria, y estos demonios como seres espirituales lo percibían así; era el poder de aquel hombre que no se comparaba con ningún otro, porque él era Jesús de Nazaret, el Dios hecho hombre y los más acérrimos enemigos lo reconocen y no pueden oponer ninguna resistencia porque Jesús tiene plena autoridad y poder sobre todo ser espiritual o terrenal. Es que Jesús le había dicho: « ¡Sal de este hombre, espíritu maligno!»
El gentío se había hecho mucho más grande y murmuraba la gente, quien era ese hombre ante quien los endemoniados se le rinden y tiemblan ante él, que clase de poder tiene sobre ese poseído que solo gime y le ruega piedad. Luego de mirarlo fijamente, Jesús le preguntó: -“¿Cómo te llamas?”- Y el endemoniado respondió diciendo: -“Legión me llamo; porque somos muchos.”- Muchos demonios estaban dentro de este triste ser que andaba excluido y abandonado a su desdicha. “Legión me llamo”, y es que una legión de soldados romanos se componía por cerca de 4200 hombres, así que la cantidad de demonios dentro de este desventurado eran miles, tantos que sus locuras mostradas espantaban a todo aquel que se cruzaba por su camino.
Estos espíritus del mal habían hecho su morada en este pobre hombre y le rogaban a Jesús que no los expulsara de ellos, ya esta era su zona de influencia para mostrarse ante los pobladores y viajeros lo que hacían cuando tenían bajo su poder a una triste victima poseída.
–“No nos expulses de este lugar”- le rogaban temblorosos a Jesús, -“Permite que entremos en esos cerdos que están pastando allí”- , señalaban en dirección a la piara de puercos que estaban cerca del borde del precipicio. Jesús consintió, les permitió que al salir de este hombre vayan hacia la manada de cerdos y estos al sentirse poseídos por los demonios se lanzaron descontrolados al fondo del precipicio, muriendo todos y cada uno de los puercos.
La gente que presencio todo esto y los pastores dueños de los cerdos estaban maravillados y aterrados, nunca habían presenciado un poder igual, nadie había mostrado esta autoridad sobre los espíritus del mal, no cabían en su asombro y terror, pues al ser paganos no entendían ni se daban cuenta que estaban ante el Hijo de Dios, único y verdadero quien tiene toda potestad sobre el cielo y la tierra. Estos pobres testigos de este poder solo atinaron a pedir a Jesús y a sus discípulos que se fueran de ese lugar, esto era demasiado para comprenderlo, estaban en lo cierto pues no sabían que el Reino de Dios se había acercado a ellos y no lo reconocían.
Solo el hombre ya liberado, que ahora se mostraba sereno y en pleno uso de sus capacidades, sentado al lado de Jesús, aliviado y cubierta su desnudez por un manto que los apóstoles le dieron, este ser ahora libre de esa legión de demonios si reconoció a quien lo libero, el que fue lleno del poder del mal ahora estaba gozando de la presencia del Dios hecho hombre, Jesús, por eso le rogaba que le permitiera ir con ellos, seguirlo a donde quiera que Jesus fuese, es que había sido liberado y sentía que nació de nuevo, Jesús le había devuelto la vida.
Pero Jesús no se le permitió, porque le tenia asignada para este nuevo creyente una misión, Jesús le dijo: “Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él.”
Y esa debe ser nuestra actitud, no solo para quienes son liberados de una posesión, que si existen; todos antes de conocer a Jesús estamos poseídos por la maldad del pecado original, tenemos una naturaleza llevada por el mal y solo a través de Jesús es que seremos liberados y vueltos a nacer a una nueva vida; con esa nueva vida nos toca ir a contarlo a todos, a compartir con los demás lo que Jesús hizo por nosotros para que así también aquellos que buscan ser libres del mal puedan encontrar la libertad que Dios nos tiene destinada para todos los que le aman.
Woodbridge, Virginia marzo de 2018
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