La bestia salió de entre los más inesperados arbustos, que brindaban con su sombra, alivio a los tan cansados pescadores y a su sueño febril. El agua de mar había perfumado sus ásperas pieles de sal, llamando a la criatura para la cena. A la primer mordida, la sangre broto. La muerte ataco a uno de tres, cuyos restos fueron aplastados por la huida de los otros. En carrera, sus pies descalzos fueron tajeados por rocas y raíces, llenando de sangre sus pisadas. El monstruo, tras ellos, rugiendo entre bufidos. La desesperación enredo las piernas de uno, que cayó golpeando la tierra que quedaría bañada de rojo a la llegada de la bestia. El que quedo, siguió su camino entre pastizales, ansiando entre plegarias llegar al mar.

Frente al acantilado no freno, solo salto. Se oyó el chapoteo de su cuerpo en el agua y, seguidamente, el gran estallido de la bestia.

Entre el agua salada, la bestia mordió la pierna del pobre pescador esperanzado. Justo en su último instante de vida, sintió en su pecho un anzuelo que le perforaba, arrastrándolo hacia afuera; y a la mordida de la bestia, sintió un alivio de venganza, porque supo, que la bestia moriría con él.