La calle…
La calle estaba desierta a esa hora de la madrugada, Martina volvía a su casa, cansada, pensando en llegar a bañarse para quitarse las penas del alma aunque más no fuera.
El invierno se hacía sentir y la soledad de aquellas calles desiertas la entristecían aún más, nadie en ellas el silencio era estremecedor, lo único que podía escuchar era el maullar de gatos jugando en los tejados como si el dormir no se hubiera hecho para ellos.
Al fin llegó a su casa, bueno, casa es un decir, la pensión de Doña Rosa no era una casa eran unos cuartuchos pegados unos a otros donde la miseria se hacía sentir ni bien se entrara en uno de ellos.
Lo único bueno era que a aquella hora no encontraría a nadie en el baño y podría bañarse tranquila sin que le estuvieran golpeando la puerta para que se apurara, doña Rosa era muy buena con ella y le permitía más que a los demás inquilinos, ella había tenido una vida muy parecida y se apiadaba de la muchacha.
A pesar del cansancio, Martina se bañó para poder acostarse, pero no sin antes escribir algunas cosas en su diario, no tenía a nadie que la esperara ni siquiera que pensara en ella pero a pesar de todo, el día que ella muriera quizá alguien lo leyera y quizá, sólo quizá la pudieran entender.
El día amaneció gris, con grandes y espesos nubarrones que amenazaban la tormenta que vendría a la tarde, la muchacha jamás se levantaba antes del mediodía pero esta vez, sin saber ni siquiera el motivo, se levantó, se vistió y salió a la calle. Luego penso,
iría a la Iglesia, no es que fuera muy creyente, la vida no le había dado la oportunidad de serlo pero, días pasados había visto un casamiento en esa Iglesia y la novia estaba tan bonita que pensó ir quizá para sentirse por un momento en el lugar de aquella feliz muchacha.
La Iglesia estaba desierta, a aquella hora, se sentó pensando en su vida y una lágrima resbaló hacia su boca causándole un sabor tan amargo que el párroco al verla se acercó a preguntarle el motivo de sus lágrimas.
___Lo siento, padre es que la vida…
___No me digas nada hija mía, sé lo que es la vida pero todo puede cambiar, la Fe como bien sabes puede mover montañas.
___Ya no tengo Fe, la perdí con mi inocencia hace muchos años.
___Creo que estás confundida muchacha, la inocencia nada tiene que ver con la Fe, se puede ser muy inocente y no tenerla y muy pecador y sí tenerla todo es cuestión de cómo quieras seguir con tu vida, el pasado aunque sea el más cercano, se queda en el pasado, lo importante es el presente, ni siquiera el futuro, ese no podremos saberlo hasta que llegue a ser presente, nunca antes te vi en mi Iglesia, me agradaría que volvieras, acá necesitamos gente joven, quizá hasta podrías conseguir trabajo que aunque no se te pagaría mucho, te ayudaría a salir de ese pasado que quieres olvidar…
___Lo pensaré, padre, lo pensaré y gracias por sus consejos, antes nadie me había hablado como usted lo ha hecho… y diciendo esto se fue de la Iglesia y sin saber por qué se sentía diferente.
En la esquina un hombre fumaba un cigarrillo y la veía pasar.
Ella sintió que la seguía y apresuró el paso pero de nada le sirvió, el mencionado hombre la hizo subir a un auto que lo esperaba muy cerca.
Martina pensó que no podría dejar el pasado así como así y resignada subió pero lo que ella no podía saber era que la verdad era que su pasado acababa de morir, el asesino la mató de un certero disparo a quemarropa directo al corazón.
Esa noche Doña Rosa lloraba la muerte de Martina a manos de un desconocido que según la policía la venia siguiendo y más tarde leyendo su diario encontró la respuesta y con él fue a la policía.
El diario en sus últimas hojas decía lo siguiente:
___Querido diario, mi vida como ya sabes no ha sido lo que hubiera querido pero al no tener apoyo de nadie fue la única que encontré y tuve que vivirla, siendo muy jovencita mis padres me vendieron por una suma ridícula a un hombre mayor que yo pero luego de un tiempo de vivir con el pude al fin escaparme con tanta mala suerte que caí en las calles con otros hombres quizá peores que él.
Escribo esto porque hace un tiempo creo que me persiguen y pienso que es él, sé que quiere matarme, me lo dijo muchas veces y a pesar de esconderme, debido a mi infame trabajo, sé que va a encontrarme. Su nombre está en la libreta de matrimonio, que el destino se encargue, yo ya perdí la Fe.
Omenia.
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