Para ella, para que vea que la vaina no es tan fácil como se cree.

Ocurre, y ha ocurrido desde tiempos inmemoriales, que un hombre busca una mujer y una mujer un hombre, a menos que sean de diferente orientación sexual, que los llene plenamente, que los haga sentir mejores, plenos, libres. Antes las vainas eran más fáciles, el hombre llegaba con su mazo al hombro, y la mujer ya sabía que era querida por él.
Ahora la cuestión es de todo un rito, desde el momento en que se conocen, donde el hombre, es quien generalmente da el primer paso, aunque con estos tiempos las cosas se tornan diferentes, donde es la mujer más valiente que el hombre en asuntos del corazón. Aceptémoslo, cada vez que los hombres vamos a, por decirlo así, abrir nuestro corazón, la llavecita se queda atorada en la garganta, haciéndonos quedar en ridículo frente a ella. Por eso me dispongo a ayudar y auxiliar a algunos de mis congéneres, que se encuentran en esas dificultades.
Espere a que ella este completa y absolutamente sola, que no haya nadie más a su alrededor, ya que esto entorpecería la casi épica tarea de declararse. Cuando este seguro que está sola y que así lo va a estar durante mucho tiempo más, acérquese a ella respirando pausadamente y tratando de controlar su vena aorta, que delata un hiperfuncionamiento del corazón. Frote sus manos desesperadamente, ya sea tratando de desentumecerlas o secando el sudor copioso que de ellas brota. Salude con una frase idiota, como por ejemplo: “Hola, ¿estás sola?”, o cosas por el estilo, son una buena forma de saber las posibilidades de conquista que usted tiene. Si la muchacha se va, es que no tiene ninguna posibilidad; si se queda pero no contesta, es que tiene remotas posibilidades; si se queda, no dice nada pero sonríe, es que tiene posibilidades; si se queda y le contesta amablemente que si, hágale hermano, ella lo estaba esperando desde que usted espiaba para saber en que momento se quedaba sola.
Pero sigamos, digamos que usted ya entabló una conversación medio inteligente, porque usted no está pensando que decir, ella sí, así que la parte inteligente de la conversación la está poniendo ella, usted sólo se limita a asentir con la cabeza todo lo que dice; de un momento a otro, usted que está hablando de cuentos y otras pendejadas, se queda mirándola a los ojos y se acuerda inmediatamente del cuento más cursi que tiene en su repertorio y lo declama cual poesía barroca. Ella lo mira a los ojos y usted no puede sostener la mirada, queda todo en silencio.
Usted en ese intervalo de tiempo de silencio, aproveche para tomar la mayor cantidad de aire posible, tómela de una mano (sí y sólo sí, ya han llegado a ese grado de confianza que da la amistad), mírela a los ojos, revise mentalmente las palabras que va a decir y suéltese: “Mira lo que pasa es que me gustas mucho desde hace tiempo, y me gustaría que pudiéramos tener algo, ¿no sé una amistad, de pronto? ¿Unos hijos? Este, no lo de los hijos no, a menos que tu quieras. ¡Ah! Que si quieres...” “Mira, yo te quiero, sí, pero como un hermano (también puede decir “amigo especial”). Además ya tengo novio y está a punto de llegar.”
Váyase, eso sí, con la frente en alto, así por dentro se este derrumbando, y trate de convencerse a si mismo que ella es la que se lo pierde.
¿Creyó usted que iba a terminar bien? Bueno, ¿qué les puedo decir? A mí siempre me va así.