Un escritor retorna a su país para recibir un premio. Al regreso de la ceremonia de entrega es secuestrado del automóvil donde viaja con dos personas más y el chofer. Golpeado, con los ojos vendados, es conducido al lugar donde lo tendrán en cautiverio por quién sabe cuánto tiempo y por qué oscuras razones.
¿Qué pensamientos, sentimientos, dudas, angustias, recuerdos, pueden pasar por la mente de un hombre de letras, privado así de su libertad?
Todo esto es precisamente lo que Gustavo Sainz habrá de contarnos en las poco menos de doscientas páginas que dura la novela. El dolor moral y físico, el sufrimiento, el miedo, la desesperación que en tal situación padece un ser humano, mezclado con todo el bagaje cultural que el escritor posee, forman el entramado total de las penurias a las que el hombre se verá sujeto y que conforman el argumento general del libro.
Aparecen entonces, referencias literarias a escritores, libros y lecturas, en combinación con los recuerdos familiares, el cuestionamiento de las posibles razones que lo han llevado a esa esclavitud forzada, la angustia que todo ello le provoca y el aguzamiento del sentido del oído: los ruidos, las voces, la presencia semi silenciosa de sus secuestradores. La mente del hombre es un caos, porque no comprende el por qué de su situación. ¿Qué hizo? ¿A quién ofendió o le hizo mal, para que se lo llevaran así, sin más?
Sainz despliega con sapiencia y maestría, todos los cuestionamientos de que es capaz hacerse un hombre en una situación como la del escritor. Y nos vamos adentrando casi sin sentirlo en la piel y la mente del hombre secuestrado; padecemos junto con él todo aquello que lo aplasta y lo reduce a nada, que lo hace reflexionar en su condición de desamparo.
Humillado, abandonado a realizar sus necesidades corporales básicas la mayoría de las veces en el mismo sitio donde lo tienen amarrado, con las ropas sucias o semi desnudo, tendrá que soportar todo lo que sus captores quieran hacer con él. ¿Dónde queda la esperanza de vivir, de no dejarse vencer por la adversidad, el miedo, la soledad vil?
La técnica narrativa de Gustavo Sainz, seduce. Innovador siempre, nos regala un ejercicio digno y altamente propositivo, en este “A troche y moche”, que deja un muy agradable sabor de boca.
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