Lo quería tanto que no hacía nada más que follar con otros. El, en cambio, aunque también la amaba, no osaba traspasar aquella línea. Han hecho la vida en común y posiblemente, al final, sean una misma persona- que es lo que trae estos efectos de andarse amando tanto- y ven cómo sucumben otros que no llegan siquiera al grado de cornúpetas. A tales efectos conviene decir que existen tres categorías. Ellos eran de la del medio. Ese amor tan fuerte que se sacia con otros. Más usual de lo que parece. También las hay fieles a su fielato. Y otros seres- como decíamos- que no llevan ni cornamenta. Elija usted la suya entre las dos últimas.
Pero a lo que íbamos, aquélla era una relación de amor de las que se escriben solas: una radical. En la que la hembra se entregaba a otros, mediante una extraña lógica- que sólo comprenden las mujeres-, por puro amor a su hombre. No me quieras tanto, Manuela, le decía Ausencio. El hombre en el fondo era un sentimental. Un sentimental que se hacía la cuenta de que mejor media- también era matemático- que cero. O, como se dice, cualquiera que ninguna. Había entrado en una fase de la existencia en la que valía cualquier cosa menos la de tomárselo a la tremenda. No obstante, había algo sobre lo que sentía una profunda curiosidad. Era amado realmente por Manuela- se preguntaba. Con poco se conforma, a veces, el buen hombre, de correctos sentimientos, laborioso y ocupado sólo en las cosas de su casa; pues Ausencio también había tenido madre y un pequeño corazón que sentía aquellas punzadas. Pónganse en su lugar. A tal efecto me encargó la misión de averiguarlo. Cuando realmente lo supe-hablando con unos y otras- no quise llevarlo a la tumba en la ignorancia. Todo hacía suponer que Manuela había amado, pero a otros.
Llegó el momento de rendir cuentas y así lo hice- como un buen profesional cumplidor fiel de su trabajo. Una lágrima surcaba su mejilla izquierda entonces, y, no obstante el hombre, pese a todo en su existencia, sonreía. |